Otra historia de vacaciones: en un pueblo del norte de España la comunidad islámica ha exigido que en la piscina municipal se separen las zonas para hombres y mujeres. En otros, los islámicos no aceptan símbolos religiosos cristianos en las escuelas (y las autoridades municipales se apresuran a retirar crucifijos o a exigir a los colegios privados secuestrados por el concierto- a retirarlos).
Pero la mejor historia de vacaciones al respecto ha sido la que me cuentan de un pueblo de Lérida. En un local entra un moro y pide un güisqui. Mal mahometano, sí, pero, eso sí, muy islámico. La camarera le advierte que en su establecimiento no beben bebidas alcohólicas. Lejos de entusiasmarse con tan coránica medida, nuestro musulmán empieza a montar el pollo. Advierte a la camarera que le está negando el sabroso néctar porque soy un moro y que esto no va a acabar ahí. Visto el cariz que toman los acontecimientos, varios de los clientes -¡Menos mal!- le amansan y advierten que deje de molestar. Entonces nuestro amigo mahometano, en aras de la alianza de civilizaciones, le espeta a la camarera:
-Ríete ahora, que no volveré a hacerlo. Os estamos invadiendo y cuando mandemos nosotros, las mujeres, seréis nuestras criadas.
Cervantes tenía toda la razón. Los musulmanes siempre actúan de la misma forma: mientras están en minoría se comportan de forma aproximadamente civilizada, y utilizan el diálogo que les presta el señor Zapatero, por ejemplo. Y así continuarán mientras no hayan alcanzado el poder. A partir de entonces las mujeres serán sus criadas. Salvo, eso sí, que triunfe la alianza de civilizaciones de Zapatero. En este punto, el zapaterismo presenta su dosis de paradoja: odia tanto su propia esencia, el Catolicismo, que las ministras del Gobierno aplaudirían que el Islam, lo más antifemenino que existe, conquistara España con tal de que destrozara los templos católicos.
¿Qué es lo que hace que pueblos nada distintos como el árabe, el persa o bereber, repartidos por dos continentes, por climas diversos, razas profusas y niveles de vida bien diversos se comporten de forma tan uniforme y, digámoslo de una vez, embustera y mentirosa? Pues evidentemente, por lo
que tienen en común colectivos tan dispares: la fe islámica. El Islam no es más que una caricatura del Cristianismo, una herejía prosaica del catolicismo que todo lo fía a los signos externos, hasta el punto de estar siempre al borde del precipicio panteísta, donde no hay infancia espiritual, ni oración personal, ni Dios padre. Una teología creada por un profeta que se reservó el derecho a desvirgar a toda mujer por algo era el profeta, ¿no?- que caía en su manos, algunas verdaderas niñas.
No nos engañemos, es el credo islámico el que lleva en su espíritu, en su letra, la imposición del credo, en lugar de su expansión según la ley del amor. Por eso, en el mejor de los casos, con el Islam se podrá convivir, aunque siempre con la espada en alto para obligarle a respetar a los demás, dado que su religión le impele, precisamente, a no respetar a los demás, especialmente al cristianismo.
Son historias del verano, que todo el mundo cuenta en las playas, porque, quien más quien menos ha tenido alguna experiencia morisca de desagradable recuerdo. De esto no se habla en los medios, porque todos los vips están convencidos de que Mr. Bean y su alianza de civilizaciones van a convencer al moro de que debe comportarse decentemente. Por ejemplo, de que las mujeres sólo serán esclavas del fiel de Alá, en horario laboral.
Y sigo convencido de que no pueden cerrarse las fronteras a la inmigración. Y de que la Guerra de Iraq fue un error sanguinario que conduce a una guerra total, previsiblemente nuclear, entre Occidente y el Islam. Y sigo pensando que a una convicción la musulmana- hay que combatirla con otra convicción mucho más elevada: la cristiana. Lo que pasa es que de esta convicción no andamos muy sobrados.
Eulogio López