Han pasado ya días, pero el eco de las palabras del presidente extremeño, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, en Mérida primero y luego en diversos medios de comunicación, siguen marcando la actualidad política. En Madrid, en los ámbitos gubernamentales y en el PSOE, al menos, no se habla de otra cosa.
Pero que no les confunda el ruido mediático, siempre interesado. Lo que sus correligionarios no le perdonan no es su arremetida antinacionalista, sino que les recuerda que es socialista porque lucha contra la pobreza, porque, como él resume, no hay don sin din.
Toda la historia de la izquierda europea desde la era progre, iniciada en 1968, consiste en el progresivo abandono de la justicia social para reclamar libertad sexual. Pasaron de la lucha contra los ricos a la tontuna del abajo los curas y arribas las faldas, dejaron de ser dignísimos socialistas para convertirse en progresistas de medio pelo, dejaron de luchar contra el poder para ocupar el poder.
Pero Ibarra no. Ibarra se ha convertido en el Pepito Grillo del PSOE, antes de Felipe González, ahora de Rodríguez Zapatero, que no es sino un subproducto, un excipiente, un poco bobalicón del Felipismo, de la misma forma que éste era un reflejo tardío, tenue, gris, del socialismo de Willy Brandt, del laborismo británico y de la izquierda italiana (sin duda, doctrinal y conceptualmente la más profunda de todo el siglo XX).
Lo del nacionalismo no es más que fuegos de artificios para mentes primarias. El enemigo de la unidad y de la identidad españolas no es el pobrecito Ibarreche ni el ingenuo de Carod Rovira, sino Bruselas. El ideal europeo, ahora controlado por la progresía europea, por la izquierda descafeinada, es el verdadero elemento disolvente.
Decía Chesterton que la Revolución Francesa aportó dos aspectos muy positivos para el buen gobierno de los pueblos (sólo Chesterton era capaz de encontrarle aspectos positivos hasta a los chicos de la guillotina): La primera era la idea de la pobreza honorable, la idea de que el estadista debe ser una especie de estoico. La segunda era la idea de la publicidad total (hoy hablaríamos de transparencia). Muchos escritores ingleses dotados de imaginación, como Carlyle, aparecen totalmente incapaces de imaginar cómo hombres de la talla de Robespierre y Marat fuesen ardientemente admirados porque eran pobres, porque eran pobres cuando pudieron haber sido ricos.
Y luego contrapone la Revolución Francesa a la democracia británica, tan parecida a la española en este punt La pretensión nacional de nuestra incorruptibilidad política se basa en el argumento totalmente impuesto; se basa en la teoría de que los hombres adinerados, colocados en posiciones de responsabilidades, no sentirán la tentación de los negocios. Si la historia de la aristocracia inglesa, desde la expoliación de los monasterios hasta la anexión de las minas, confirma o no esta teoría, es asunto del que no he de ocuparme ahora.
Y concluye el gran Chesterton: Tan poderosa es nuestra fe en esta protección por medio de la plutocracia que cada vez más vamos confiando nuestro imperio en manos de familias que heredan dinero sin heredar linajes ni modales.
El padre de una famosa sindicalista española le recordaba que no debía votar a la izquierda sino a la derecha, con el terminante argumento de que los de derechas ya tienen mucho dinero y roban menos. Por el contrario, un famoso banquero de Argentaria explicaba el cambio del PSOE al PP: Los chicos de Ferraz te pedían 30 millones para una Fundación del Partido, pero cuando llegó la derecha te pedían 300 millones (hablamos de pesetas) para salvar el negocio familiar.
Ibarra no molesta a sus compañeros porque arremeta contra el soberanismo, sino porque ataca a la plutocracia. Al Zapaterismo, como antes al Felipismo, no le importa el soberanismo que sabe absurdo. Lo que le molesta es que se les recuerde que su política económica es tan capitalista como la de George Bush (y, además, menos liberal, por tanto, igual de injusta pero menos eficiente), su política empresarial, tan pendiente de colocar a los amigos como el PP (desde el Felipismo, el PSOE también cuenta con castas de millonarios, entre ellos Jesús Polanco y Emilio Botín) y su transparencia informativa, tan opaca como pudo ser la del Partido Popular, y aún más manipuladora que el Aznarismo.
Ibarra molesta. Molesta a la derecha porque la gente, en este caso los extremeños, sienten por él esa especie de inclinación, por mucho que discrepen de sus posturas, que les ha llevado a votarle durante 20 años. Molesta a la progresía porque se retirará del poder como entró: sin un euro más del debido. Molesta a la progresía, cuando suelta cosas como que no está a favor de la adopción de niños, porque él busca parejas para los niños, no niños para las parejas. Molesta a los progres profesionales, cuando dice que no está dispuesto a que el Estado les pague los libros de texto a quien acaba de irse de vacaciones al Caribe. Ibarra molesta a sus compañeros porque habla con libertad y no teme al censor Rubalcaba, porque se atreve, es decir, porque tiene la valentía de decir lo que piensa, lujos que la maquinaria del PSOE no está dispuesto a permitir. Sería como establecer las listas abiertas: correríamos el peligro cierto de que España se convirtiera en una democracia.
Pero le quiere la gente: por estoico y por transparente. O sea, por socialista.
Eulogio López