El ministro de Defensa, José Bono, probablemente sea el mayor demagogo de la política española, con permiso de su propio presidente, Rodríguez Zapatero. Pero Bono parece más demagogo que Zapatero, quizás porque lo intenta con más fuerza. Sólo que Bono es un tipo simpático, no agresivo, cordial. Y en esta vida, unos nacen con estrella y otros nacen estrellados. Bono es de los que se hacen daño al caminar, porque tiene tanta cara que de vez en cuando se la pisa, pero es un tipo simpático. Si el pobre Drácula hubiera sido simpático no tendría tan mala prensa.
De todas formas fue divertidísimo lo que ocurrió el lunes en el Congreso. Bono le tiene mucho cariño a Venezuela, entre otras cosa porque el septuagenario Raúl Morodo, embajador de España en aquel país, fue su mentor político. En su momento, los socialistas pensaron que el talludito Morodo sería un buen embajador en Cuba, pero éste se fue corriendo a Bono, el último patriota, y le dijo que lo de la revolución está muy bien, pero que, para vivir con cierta comodidad, mejor Caracas que La Habana. Y don José no es ingrato.
Como no lo es Morodo, que le ha planteado al dictador Hugo Chávez (es hora de quitarle el semi al semi-dictador) un trueque: España defenderá el carácter democrático de la República Bolivariana de Venezuela en los foros internacionales y en la Unión Europea, y esto aguantándose todo ataque de risa tonta, aun a costa de infligirse fuertes pellizcos. Por eso, España está rearmando a la marina y a la aviación venezolana, con fragatas, corbetas y aviones de transporte militar.
Y en esas va el amigo Bono al Congreso y aplica la simpática técnica de Y tu más: el Gobierno Aznar también le vendió armas a Venezuela, y no fragatas, sino armas, apuntilla Bono.
Un espectador novato podría haber sacado la errónea conclusión de que las fragatas sirven para transportar niños al colegio, enfermos al los hospitales y turistas a los museos. Por otra parte, los aviones de transportes de EADS-CASA transportan alimentos para los más necesitados... como todo el mundo sabe.
No, lo que quería decir Bono es que Aznar, y su ministro de Defensa, Federico Trillo, le vendieron a Venezuela armas, y armas. Para el simpático Bono, son pistolas, fusiles y balas. Esas son armas malas, las otras son armas buenas, casi infraestructura de transporte para, como dijo Zapatero, luchar contra el terrorismo, principal problema de Venezuela, como todo el mundo sabe.
Lo que pasa es que el simpático Bono vende mucho mejor, porque una sola fragata vale por miles de fusiles automáticos y millones de cartuchos. Que eso es lo que ocurre, que el Trillo no sabía vender y el Bono es un lince.
La verdad es que, en el sucio negocio del Bazar de las Armas, munición ligera resulta la más incontrolable. Se venden en mercadillos, sí mercadillos, en distintas partes del mundo, sin control alguno. Armamento electrónico, tanques, aviones o barcos, ya es un poco más complejo de encontrar.
En segundo lugar, en Washington, que donde se alimenta la industria armamentista con la misma fruición que en Berlín, Londres, París (Francia es uno de los grandes vendedores de armas el mundo), Moscú o Pekín, se sabe muy bien que este mercado constituye el mejor control de un régimen político. En África y Asia, la venta de un par de helicópteros a un gobierno sin analizar si respeta o no los derechos humanos, puede significar su permanencia en el poder o su derrocamiento por cualquier grupo opositor. De otra forma, si Chávez no cuenta con un Ejército bien armado, no podrá liderar su gran proyecto de indigenismo hispanoamericano, el mayor peligro contra la democracia que existe hoy en todo el mundo hispano.
Eulogio López