Mucho más importante que la situación en Euskadi es el problema migratorio. Lo digo porque se ha creado, el menos en España, una especie de racismo latente, de aversión al foráneo, que no presagia nada bueno. Gente moderada Dios nos libre de los moderados- parece empeñada en que somos muchos, una idea primaria y, por tanto, muy efectiva, y que, por si ello fuera poco, los inmigrantes nos traen delincuencia. Y sí, en materia de inmigración, la derecha aún es peor que la izquierda, el PP peor que el PSOE, que ya es decir.
Ahora bien, afirmar que abrir las fronteras es dar pábulo a la delincuencia es como decir que aumentar la producción y venta de coches es aumentar el número de accidentes. La respuesta más lógica es: por supuesto que sí, pero no por ello prohibimos el tráfico rodado ni por ello debemos prohibir la inmigración.
El inmigrante lo es porque en su tierra vive mal y en Europa quiere vivir mejor. Y si vive mal es porque no ha tenido ni la educación, ni la sanidad, ni la higiene, ni el desarrollo tecnológico, ni la alimentación que puede tener aquí. Eso sí, lo ha visto por la tele. Por tanto, no está dispuesto a morirse de hambre mientras a nosotros nos sobra.
¿Que aprovechando esa marea humana, esos flujos migratorios, se cuelan delincuentes y crimen organizado? Sí, pero entonces habrá que luchar contra el crimen organizado, no contra el conjunto de los inmigrantes.
Por otra parte los inmigrantes representan un equilibrio estupendo para nuestro mercado de trabajo e incluso, si me fuerzan, para nuestro sistema de prestaciones públicas. Cogen lo que nosotros despreciamos y mantienen en pie escuelas que se cerraban. Y si es cierto que están tensionando la Sanidad, el aluvión de médicos en paro puede tener en ellos su esperanza laboral futura.
La emigración es mala en el sentido de que nadie es emigrante a la fuerza. Pero una vez que lo es, y una vez que el mundo rico se niega a ayudar al pobre, es lógico y es justo que haya migración. Eso sí, y es aquí donde radica el problema de la delincuencia: los países, como las personas, deben respetarse a sí mismos. Si no lo hacen, no deben esperar que nadie les respete. El español, por ejemplo, no respeta el Cristianismo, que fue lo que forjó España y toda Europa, es más participa del popular deporte del suicidio cultural. El español, por ejemplo, se siente abochornado de serlo, abochornado de su propia historia y prisionero de los propios tópicos progres. Entonces, es lógico que el emigrante no respete a España. Es curioso, Francia ha asumido a más del doble, quizás el triple, de inmigrantes de sus antiguas colonias que España. La generación de magrebíes que había en Francia se ha enamorado de su país de acogida y se sienten franceses. Los problemas han venido con el siglo XXI, cuando una segunda generación de magrebíes, ya nacidos en territorio francés, reniega del país que les acoge y se lanza a las calles para enfrentarse con la policía. Es decir, los inmigrantes franceses dejan de respetar a Francia cuando los nativos franceses abdican de su condición.
Eso es exactamente lo que nos está ocurriendo en España, donde los inmigrantes se encierran en guetos y parecen odiar el país que les acoge. No respetan nuestro presente porque nosotros no respetamos nuestro origen. O como dicen los islámicos: nosotros creemos en algo, vosotros no creéis en nada.
Es curioso que las nuevas oleadas migratorias no estén dando lugar al mestizaje.
Pero por lo demás, la inmigración es bonísima, y el estado natural de las fronteras es la apertura.
Eulogio López