La popular Sakineh Ashtiani, de 43 años, ha declarado en el canal iraní PressTV que colaboró en la muerte de su marido.
También está acusada de adulterio que supondría la muerte por lapidación. La presión internacional ha frenado la ejecución de la condena y la revisión del caso, ha obligado a los jueces a cambiar la lapidación por la muerte en la horca. Se debe abolir y sustituir la pena de muerte por la cadena perpetua, no revisable.
Por otra parte, Japón es el país con el índice más elevado de inmolaciones del mundo, con más de 35.000 suicidios al año. En el país del sol naciente, una persona se quita la vida cada 15 minutos. A través de Internet, los llamados pactos de la muerte colectivos, se están convirtiendo en una epidemia entre la juventud japonesa.
Vivimos en una cultura de la muerte aunque esté oculta tras los ropajes del consumo y bienestar. Basta profundizar un poco para que esta indigencia moral se presente tal y como es, con un egoísmo feroz, una violencia agresiva y poco respeto por la vida, que es un don divino. Todo ello aderezado con los mejores ingredientes hedonistas y materialistas que nos llevan a un estado de naturaleza donde todo está permitido, donde no existe ningún referente moral alguno.
Ante esta realidad, hay que contraponer una cultura de la vida, localizada en el regazo de la familia, frente al imperio de la muerte.
Por último, el estudio de la Oficina Nacional de Control de la Drogadicción de Washington, afirma que las drogas pueden producir daños como zozobra, melancolía, brotes psicóticos o tendencias al suicidio. En el año 2007, la actriz británica Emma Beck de 30 años, abortó. Se suicidó, aliviándose al dejar a sus parientes una patética carta: La vida es un infierno para mí, yo nunca debería haber abortado, habría sido una buena madre. Quiero estar con mi bebé, necesita de mí, más que nadie.
Es importante subrayar que el suicidio es un acto morboso, decadente y cobarde, afirmó el director de cine alemán Oliver Hirschbiegel.
Clemente Ferrer
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