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Insisto: A mí que no me lleven al hospital de Leganés. Aprecio mucho mi pellejo
El problema de la progresía es que no cree en la verdad. Ahora bien, cuando no se cree en la verdad no es que se viva de otra forma -mejor o peor- es que no se puede vivir. El progre no anula la verdad, simplemente la cambia por sus intereses, sus deseos o sus caprichos. No renuncia a la verdad porque tendría que suicidarse, sino que convierte lo inmutable en mutable y lo mutable -sus deseos e intereses- en inmutables. Lo que digo no es ética, si filosofía, es un hecho psicológicamente -supongo que empíricamente- comprobable. Como el progre no cree en nada, tiene que aferrarse a la ley. Ahora bien, la ley es una propuesta coercitiva. Y se solventa en los tribunales, por tanto, la progresía está eternamente condenada a los tribunales, que emite sentencia como si fueran verdades. Por eso, cuando la progresía consigue una sentencia favorable -justa o injusta, que esa es otra historia- no perdona, tenga o no tenga razón, porque una sentencia supone, para el progre desnortado, la única verdad existente en el mundo. ¿Y qué ocurre cuando la sentencia se vuelve contra sus deseos? Pues entonces, hay que olvidarse del balón y ponerle la zancadilla al hombre, al juez, que se guía, como es sabido, por motivos espurios. Como no soy progresista, puedo asegurar, sin temor a equivoco, que estoy convencido de que todos los jueces se guían por motivos espurios, tanto cuando me han dado la razón como cuando me la han quitado, que de todo ha habido. Pero volvamos al asunto que nos ocupa. El caso es que si un juez llama a declarar a clientes de una clínica abortista -por cierto, podían rechazar la invitación- está claro que el juez es un reaccionario, probablemente influido por alguna secta ultra -observen que ya no hay ultraderechistas, sino ultracatólicos, que para eso vivimos en una sociedad laica-. ‘Sinencambio', a la Audiencia de Madrid ha archivado el caso contra el famoso doctor Luis Montes, jefe del Servicio de Urgencias del hospital madrileño de Leganés, acusado de 400 presuntos homicidios en pacientes terminales. El ministro de Sanidad, Bernat Soria, un verdadero especialista en la muerte, exige a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que pida disculpas al doctor Montes, aunque en este ya ha aclaró que "no perdona". La socialista Matilde Fernández aparece sonriente junto a Montes, para demostrar que este asunto no tiene nada de política y que de muerte ella también sabe un rato. Es la misma ministra que presumía de haber abortado en Londres y de, acto seguido, haberse ido de compras por Oxford Street para "superar la depresión". Y a todo esto, ¿qué implica la decisión judicial? Pues no mucho. La presidenta del Colegio de Médicos de Madrid, Juliana Fariñas, da en la clave del problema de la justicia: Pregunta: "El auto dice que no se puede hablar de mala praxis". Respuesta correctora: "Se habla de que no puede ser demostrada la mala praxis". Esta es la cuestión clave sobre la poquedad la justicia humana: que no todo lo que es verdad es demostrable, para ser exactos, casi ninguna verdad es demostrable. No lo es la eutanasia, y mucho menos el filantrópico sentimiento de doctores tan preocupados por aliviar el dolor que acaban aliviando la vida. Especialmente porque estos filántropos se empeñan en que el paciente no recupere la conciencia, no vaya a ser que pueda elegir. En definitiva, el problema ético de la eutanasia para el médico sigue siendo el mismo que para el obrero o el manipulador de embriones: se sienten como dioses que deciden quién vive y quién muere y, para ser más exactos, cuánto viven y cuándo mueren. Ni que decir tiene que lo hacen por su bien. Siempre olvidan la sentencia de Tolkien: "Si no puedes dar la vida no te apresures a otorgar la muerte". Nada me extraña en la mentalidad de esta progresía obsesionada con la muerte. Lo que me pregunto es lo que pensarán los olvidados de la prensa de hoy: los muertos, los familiares de los muertos, los denunciantes (que no, que la primera denuncia fue anónima, pero luego hubo otra muchas que no lo fueron). Por ejemplo, mire lo que comenzaba la hija de uno de los pacientes del doctor Montes. Insito, si me ocurre algo, que no me lleven al hospital de Leganés, no vaya ser que los amigos del doctor Montes se sientan solidarios con mi deteriorada salud. Antes prefiero a un curandero. Porque, como decía Giovanni Guareschi, está bien fiarse, pero no fiarse es mejor. Yo soy de los que ama la vida y aprecian su pellejo. Eulogio López eulogio@hispanidad.com
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