Evangelio leído en las misas del 2 de mayo:
En aquel tiempo, exclamó Jesús con fuerte voz: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas.
Si alguno oye mis palabras y no las pone en práctica, yo no lo voy a condenar; porque no he venido al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene ya quien lo condene: las palabras que yo he hablado lo condenarán en el último día. Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que mi Padre, que me envió, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna. Así, pues, lo que hablo, lo digo como el Padre me lo ha dicho". San Juan (12, 44-50).
No soy hermeneuta, sino periodista, pero diría que el Evangelio es el texto menos equívoco del mundo –complejo sí, por no equívoco, profundo, pero no ambiguo-, aunque muchos se empeñen en demostrar lo contrario. Así que la cosa parece clara. Una y otra vez, Cristo repite en el Evangelio, con machacona insistencia, que el que no cree ya está juzgado, es decir, condenado, y que la salvación consiste, precisamente, en creer en las palabras del Salvador. Como quiera que he recibido numerosas cartas afirmando que días atrás había ido demasiado lejos… Y es que no conviene forzar el texto evangélico, pero tampoco esquivarlo.
Yo lo digo por decir.
Eulogio López