La Cumbre Irano-Saudí ha vuelto a poner en alerta a la diplomacia israelí. Insistimos, toda la estrategia del Estado hebreo consiste en que se mantenga a perpetuidad el histórico enfrentamiento islámico entre sunitas y chiítas.
Un enfrenamiento secular que tras la no-victoria de Israel (la primera no-victoria) durante la pasada guerra del Líbano ha descubierto a los árabes lo poderosos que son si se unen. Pero más que el triunfo militar quieren la palanca económica. El dato clave es este: entre Irán, Iraq y Arabia Saudí controlan el 60% de las reservas mundiales de petróleo y el 60% de las de gas.
La cumbre irano-saudí preocupa en Jerusalén y en Washington. Los saudíes ya han dejado claro que Irán debe dejar de lado Palestina, y estos insisten en que la islamización del Líbano cristiano, es decir, Hezbolá, es cosa suya: los dos enemigos irreconciliables se están acercando.
Por su parte, Rusia quiere la OPEP del gas y defiende el Irán nuclear frente a Washington. China, pro su parte, también protege a Irán porque su proyecto de crecimiento acelerado precisa energía.
La alianza panárabe de chiítas y sunitas es el mayor reto económico y social al que se enfrenta ahora mismo Occidente.