Alguien quiere acabar con Benedicto XVI por agotamiento, eso está claro. Prosigue su programa de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), programa sólo apto para atletas y un hombre de 84 años no lo es. Yo sospecho de Yago de la Cierva, capitoste en jefe de la organización, y en mis peores momentos hasta el propio Rouco. Está claro: es una confabulación para matar al Pontífice.
Si no, no se entiende nada. El sábado 20 es el gran día de la vigilia con los jóvenes en el aeródromo de Cuatro Vientos, en las afueras de la capital, vigilia que se prolongará hasta la Eucaristía del domingo, acto central y casi final de la JMJ 2011. Pero antes, en la dilatada mañ ana sabatina, ya han sucedido muchas cosas. De entrada, el Papa se fue al Retiro, el Central Park madrileño, donde se ha producido una de las novedades de esta JMJ: 200 confesionarios en fila para que los jóvenes se acerquen al sacramento de la confesión, que no en vano conversión y confesión comienzan por la misma sílaba. El Papa, sin imágenes, para evitar a los amigos de la privacidad ajena, confesó a cuatro jóvenes. Ya se sabe que el mejor predicador es Fray Ejemplo. De esta forma, alargaba una costumbre iniciada por su predecesor Juan Pablo II y que Benedicto XVI ha aplicado ahora a una jornada mundial de la juventud.
Y es que vida sacramental es, ante todo, confesión y comunión, porque son, sin meternos en profundidades teológicas, los sacramentos más habituales, pero también por otra razón: porque si algo distingue, al menos en Occidente, el cristianismo de ahora del de hace 50 años es que no ha disminuido la gente que acude a recibir el Cuerpo de Cristo pero sí la que se arrodilla en el confesionario. Y lo uno sin lo otro revela que algo falla.
Tas su paso por el confesionario, Benedicto XVI se fue a la Catedral de la Almudena, la única inaugurada en Europa durante el siglo XX. Como se trata de una Jornada para jóvenes no se vio con sacerdotes sino con seminaristas. Las vocaciones comienzan a levantar el vuelo en Madrid y en otras diócesis españolas. Pero Benedicto XVI no está para pasar la mano por el lomo a nadie sino para exponerles un sistema de vida exigente a los futuros presbíteros: cercanía a enfermos y pobres, sencillez con generosidad, actuar sin complejos y sin mediocridad… y obedeciendo a las disposiciones de la Iglesia, algo a lo que ya había instado, el día anterior, en El Escorial, a las religiosas consagradas.
Lo de la sencillez debe tener algo que ver con la vieja historieta de la chiquilla que le pedía a Dios dos cosas: que los malos se volvieran bueno y que los buenos se volvieran simpáticos.
Y lo más importante, resucitando una de las claves ascéticas de la polaca Faustina Kowalska, impulsora de la Divina Misericordia: Dios sólo habla a los hombres en el silencio. O aquella otra de "al Señor no le gustan las almas parlanchinas". Vamos, que Benedicto XVI les ha mandado a los seminaristas a consolarse donde deben: en la oración permanente con el Señor, en el silencio interior de la oración.
Y tampoco ha necesitado aclarar que la oración cristiana nada tiene de meditación. Ni trascendental ni individual: es diálogo, pero diálogo insonoro con Cristo, que, como todo diálogo, exige saber hablar y saber escuchar.
Eulogio López
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