Quien tiene un porqué para vivir, acabará encontrando el cómo.

Varios centenares de miles de jóvenes, 'cienes y cienes', que diría un castizo, de todo el mundo llegarán a Madrid el próximo 15 de agosto para vivir la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), es decir, para estar con Benedicto XVI, con otros jóvenes y, de paso, para conversar con Cristo.

Esto representa un problema metafísico de primer orden, porque vienen a escuchar a un anciano de 84 años a decir sermones: ¡Qué cosa más rara! Además, Cristo está en Moscú y en Patagonia, no es necesario recorrer cientos de kilómetros para estar en Madrid.

La respuesta, al parecer, la ha proporcionado el propio Benedicto XVI quien respondía así a una pregunta de Antonella Pallermo, periodista de Radio Vaticana: "El Señor nos ayuda a encontrar compañía en nuestro camino, porque nada se hace sólo por mí", como aseguraba Ismael de Tomelloso, el primer miliciano aspirante a Santo: "Muchos serían santos si en su camino encontraran a otros santos".

Pero la primera cuestión sigue en pié: ¿para qué otra Jornada Mundial de la Juventud? Se podría decir que los participantes en antiguas jornadas, iniciadas por Juan Pablo II, ya no son tan jóvenes pero, tanto aquéllos como éstos, buscan lo que todos necesitamos: una vocación, un sentido para la vida. Ya saben, la vieja frase de Víctor Frankl: "Quien tiene un porqué para vivir, acabará encontrando el cómo". El que no…

Empezando por el final: los jóvenes que vienen a Madrid deben salir de Madrid con un proyecto para el resto de su vida, con una vocación, con un sentido para su existencia. El que salga de Madrid sin vocación, ha marrado su viaje.

No es necesario -¿O sí?- advertir que la única vocación cristiana no es el sacerdocio o la vida consagrada. También está el matrimonio, vocación espléndida a la paternidad, que representa un compromiso tan relevante y exigente como los votos, entre otras cosas porque el matrimonio es eso: un voto, donde hombre y mujer se entregan a sí mismos en manos de otro hombre y otra mujer (de forma alternativa, si ustedes me entienden). Incluso la soltería, que representa una donación, puede ser una vocación, siempre que introduzca al juramentado en el colectivo de los que viven para los demás y no para sí mismos, es decir, en el apartado bueno entre aquellos dos grupos en los que se divide la humanidad.

Para elegir la vocación conviene conocerse a sí mismo y para ello nada mejor que preguntar a Cristo. El anfitrión, Benedicto XVI, lo explica así: "El autorretrato es imposible, es difícil juzgarse a uno mismo". Nadie se conoce a sí mismo. Los que le rodean y especialmente el Creador, es quien tiene las claves.

Todos los actos de la JMJ se centran en esa pregunta: Señor, ¿qué quieres de mí? La cuestión se plantea en soledad, de acuerdo. Ahora bien, el ambiente ayuda: la JMJ pone el ambiente; el objetivo es la vocación.

Benedicto XVI completa los mimbres para tomar esa decisión: "Los jóvenes deben tener confianza… deben saber que la Iglesia es siempre joven y que el futuro siempre pertenece a la Iglesia. Los otros regímenes que parecían muy fuertes han caído".

Así que, si eres joven, no seas burguesito. Las JMJ constituyen las vacaciones más incómodas que pueda planear cualquier agencia de viajes. Madrid, con mochila, durmiendo en el suelo y comiendo bocatas. Para gente recia. Blanditos, abstenerse. A fin de cuentas, ¿qué es la juventud? El periodo en el que uno decide lo que va a hacer el resto de su vida.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com