Está claro que rezar el Padrenuestro atenta contra la Constitución Española de 1978. En voz alta, ni que decir tiene: constituye una provocación directa a la laicidad del Estado de Derecho, pero está claro que también hay que combatir la oración silenciosa y escondida que, desde las tinieblas de la conjura mina los cimientos de la democracia. Por tanto, no sólo se hace necesario perseguir a quienes rezan en voz alta sino a quienes conspiran con sus letanías desde el fondo de la cueva. El problema es que los conjurados se recluyen en el silencio para conspirar con preces y esto atenta contra la necesaria transparencia democrática, oh sí.
Puede parecer una exageración pero juraría que todos los que braman contra la Jornada Mundial de la Juventud responden a este perfil psicológico. La mejor prueba de ello es la de siempre: los críticos de la JMJ consideran que esta convocatoria es una chorrada, mito y caverna. No creen en Dios, o no creen que Cristo sea Dios. Entonces, ¿por qué se molestan tanto en denigrarla? Si yo no creyera simplemente compadecería a quienes pierden su tiempo en dar gloria a Dios y no comparecería en la puesta en escena. Dejaría a los pobres infelices en su locura. Como mucho, les despreciaría y, en pro de mi tolerancia infinita, les dejaría a solas con su locura. Pero no: se empeñan en convertirse en víctimas cuando son verdugos. Se empeñan en sabotear los actos.
El problema de la JMJ y del mundo actual es que no está poblado por ateos sino por antiteos. No están demostrando ser ateos ni agnósticos: son cristófobos. Los locos esperan la llegada a Madrid de Benedicto XVI, el hombre capaz de congregar en Madrid a 1 millón de jóvenes llegados de todo el mundo para escuchar a un anciano. Es el mismo viejo que ha dicho lo siguiente: "La laicidad justa es la libertad de religión. El Estado no impone una religión, sino que deja espacio libre a las religiones con una responsabilidad hacia la sociedad civil y, por tanto, permite a estas religiones que sean factores en la construcción de esta vida social".
Pero es que la nueva cristofobia, la del siglo XXI, no pretende destruir a la Iglesia, lo que pretende es conquistarla, sustituirla.
Y son factores muy útiles los que el Cristianismo ofrece a la sociedad civil. ¿O es que en la rebelión global que se está viviendo en tantos países, entre los saqueadores de Londres, por ejemplo, figuran muchos cristianos? Antes al contrario: entre los maestros del pillaje violento detenidos en Londres me topo hasta con un graduado social, que es esa especie de sacerdote laicos de la religión de las ONG, es decir, la religión del laicismo cristófobo, la alternativa que el Nuevo Orden Mundial (NOM) opone a la Iglesia de Roma. La religión NOM pretende ofrecer fraternidad sin paternidad y eso ya sabemos dónde termina: rompiendo un escaparate para llevarse un televisor de plasma, elemento vital de la liturgia NOM.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com