Joaquín Sabina (en la imagen) es un buen compositor con una espléndida voz cazallera. Además de eso, es un hombre humilde, respetuoso con todos, poco amigo de injurias ni de alardes de matonismo.
Cuando sufrió un ataque de ansiedad durante un concierto, todos los medios se precipitaron a aupar al héroe progresista. Si hubiera sido un conservador -sea lo que sea lo que eso signifique- hubiese sido objeto de mofa y escarnio. Pero Sabina no, unos nacen con estrella y los cristianos nacemos estrellados.
Pero ahora resulta que Hacienda le reclama cuatro millones de euros y entonces Sabina ha pasado de héroe a villano en cuestión de segundos. Más que villano, apestado, pues nadie quiere estar cerca de un señor que ha cometido el mayor pecado que alguien puede cometer en el siglo XXI, engañar al Fisco.
A lo mejor no le ha engañado y en cualquier caso, está muy mal presumir de justicia social (todavía le recuerdo junto a su íntimo Joan Manuel Serrat alabando en Argentina el robo-expropiación de Repsol) y luego quitarle a Hacienda cuatro millones de euros, pero lo cierto es que se pueden hacer cosas peores en este mundo.
No juzguéis y no seréis juzgados. Es lo que hay que hacer con Sabina y lo que se le puede achacar a Sabina.
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