Acudo a los oficios de Jueves Santo en una parroquia ovetense de barrio, próxima al barrio bajo, muy bajo, en el que nací y me crié, desconozco si con mucho éxito: Ventanielles.

Sabemos que ni el Jueves ni el Viernes Santo son día de precepto. Sin embargo, el templo está abarrotado. Y no, no todo son viejos, aunque hay algo que llama la atención: la gente talludita, y no hablo de intelectuales, siguen la liturgia de este día especial, sin ningún problema, lo han mamado y ni el latín les resulta extraño. Aunque desconocieran el significado de las palabras, igualmente entenderían su sentido, aunque sólo fuera por los gestos. Por contra, los jóvenes presentes recordaban a un pulpo en un garaje: no saben responder, se ve que desconocen su significado, a pesar de estar mucho más instruidos que sus mayores son analfabetos en liturgia. Y el asunto tiene su importancia, supongo. Una generación sabía en conocimientos y analfabeta en las cosas de Dios, con el mismo ansia de todas las generaciones por dar un sentido a su vida, sólo que nadie le ha enseñado a hacerlo.

Respecto a los pastores, lo de siempre. La genialidad del Papa Benedicto XVI para masticar situaciones aparentemente complejas, para forjar titulares periodísticos y definitivos. Ahí va la prueba: La liturgia no es innovación sino repetición solemne. Uno siente la tentación de grabarle esas palabras en la frente, y en el corazón, a algunos clérigos

Pero Jueves Santo es el día de la Eucaristía. Y esto ya son palabras mayores. En pocas palabras: ¿Creen ustedes que si la mayoría de los fieles creyeran que en el pan eucarístico está Cristo con su cuerpo, sangre, alma y divinidad la feligresía se comportaría en los aledaños del sagrario como lo hace la mayoría? Uno diría que esta época recuerda demasiado a la señalada por el Creador Encarnado: Cuando vuelva el hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?

La encontrará, sin duda, pero lamento desconocer el precio. Sólo lo temo.

Y esta falta de fe debe tener mucho que ver con la pregunta que encabeza este artículo. Yo diría que hoy acuden a comulgar el mismo porcentaje de fieles asistentes a una celebración eucarística que hace 30 años, pero se confiesa la mitad, y espero no tener que reducirlo a la mitad de la mitad. La conclusión es tan obvia que hasta un ministro podría alcanzarla.

Eulogio López

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