Se ha establecido una verdadera pugna, cuán emocionante, entre el Partido Popular y el Partido Socialista, por ofrecer, ante las próximas elecciones generales, más ayudas a la familia.
Lo más curioso es que, como la mentira tiene las patas cortas, tanto Mariano Rajoy como Rodríguez Zapatero se han visto devorados por la actualidad, en forma de una sentencia judicial que otorga la patria potestad a dos lesbianas sobre un menor. Quiero decir, que la familia no necesita subvenciones, sino definiciones. Y así, mientras el presidente norteamericano George Bush trata de definir constitucionalmente la familia como la unión de un hombre y una mujer, Zapatero, un progre socialdemócrata, habla del matrimonio homosexual, y don Mariano, un progre de derechas, prefiere hablar de "uniones civiles", que es lo mismo pero con eufemismo añadido. Como lo de utilizar a los niños en aras de la causa homosexual produce un poco de reconcomio interior, don Mariano deja el prolijamiento para una segunda etapa (quizás para cuando obtenga mayoría absoluta), mientras Zapatero exige un "consenso amplio". Y todo ello es muy divertido.
A todo esto, los dos partidos mayoritarios continúan ofreciendo más desgravaciones fiscales que subvenciones directas a la familia. En definitiva, ninguno de los dos partidos ha dado el definitivo paso mental: la familia no necesita limosnas, sino que se reconozca el papel que cumple en la sociedad, nada menos que la de ofrecer nuevas personas y futuros contribuyentes que soporten el Estado del Bienestar (y, dicho sea de paso, que sostengan al Estado en su totalidad manifiesta).
A día de hoy, nadie niega que las pensiones no son una limosna. El jubilado tiene derecho a las prestaciones que recibe. De la misma forma, la sociedad, y sobre todo sus líderes políticos, deberán convencerse de que los padres, especialmente la madre por su más directa contribución, tiene derecho a una aportación económica que la ayude a educar a sus hijos. Es el nuevo Estado del Bienestar.
Ahora bien, si lo que aporta la familia al Estado y a la sociedad son personas, entonces, toda familia que no realice tal aportación (entre ellas las familias homosexuales) no tiene derecho a esas ayudas ni tampoco tiene derecho a llamarse familia. Y por la misma razón, y en sentido opuesto, Mariano Rajoy tendrá que decidir qué es lo que está defendiendo. Por ahora, se ha quedado en una especie de tierra de nadie: por una parte, acepta el matrimonio homosexual, y por la otra no acepta la adopción de niños por parte de homosexuales. Lo que no tiene ningún sentido: si cree en el matrimonio gay, tendrá que creer en la adopción, crianza y educación gay. Lo otro es jugar a papá y mamá, a las casitas, y don Mariano ya es un poco mayor para tan honestas distracciones.
Que no, que el problema de la familia no es ni de desgravación ni de subvención, sino de definición. Es una cuestión de concepto.
Hoy mismo hemos visto a su Majestad la Reina Doña Sofía presidiendo un acto de la Fundación de Ayuda Contra la Drogadicción. En ella, el ex banquero José Ángel Sánchez Asiaín reflexiona sobre la influencia de la droga ante una familia presuntamente en crisis. Y es verdad que hay crisis, sólo que una crisis de concepto. Asiaín alerta ante la aquiescencia regia sobre las dificultades que atraviesan los hogares, dado el momento de cambio en el que viven. Y en el acto estaba, cómo no, el vicepresidente del Gobierno Aznar, la "sonrisa del régimen", Javier Arenas. Ahora bien, es cierto que si el concepto de familia entra en crisis, los efectos serán negativos en todos los campos: defensa frente a la droga, apertura a la vida y hasta la violencia doméstica (no sé por qué se me ha ocurrido este ejemplo). Pero el problema es sólo de concepto, de definición. Que no deja de ser un problema importante.
Eulogio López