Supongo que es muy bueno que los nacionalistas salgan de Ajuria Enea y que un personaje como Patxi López, que aún se siente español, presida Euskadi.

Ahora bien, eso no significa -equívoco bastante habitual entre quienes, por ejemplo, siguen el credo federiquiano (día de Federico Jiménez Losantos) que eso signifique la recristianización del País Vasco, de la misma forma que la derrota electoral de ZP -que tanto anhela todo hombre sensato- no significará la recristianización de España (Imagínense: con decirles que su sustituto sería un tal Rajoy).

Por ejemplo, la TV del Zapaterismo ya se ha encargado de recordarnos -enfatizar, que le dicen- que el nuevo lehendakari no jurará ante el crucifijo sino ante un ejemplar del Estatuto de Guernica (o de la Constitución española, que lo mismo da). ¡Pues menuda tontuna! Jurar, lo que se dice jurar, sólo se jura ante Dios, porque jurar es eso: poner a Dios -no al Estatuto de Guernica- por testigo de un voto, de un compromiso. Al final, Patxi López se ha conformado con prometer, porque un juramento laico es como hablar de pensamiento progresista: una contradicción en sus propios términos. Uno puede prometer ante sí mismo, ante un tribunal, ante una autoridad o ante un documento o ante un amigo, pero jurar  se hace ante Dios, y si no se cree en Dios, pues no se jura y en paz. Así que no sé si me quedó con un Ibarretxe que exige que Dios esté con el nacionalismo vasco -como los nazis, por cierto, que llevaban en su cinturón aquello de Dios está con nosotros) o con un lehendakari López que jura ante un Estatuto. Luego podría ponerse genuflexo a adorarlo. Por tanto, no salto de alegría, como no saltaría en el caso de que hubiera sido el pepero Basagoiti -otro centrorreformista- quien se hubiera alzado con la Presidencia. El problema político de España no es éste o aquel partido, es la clase política misma, en su gran mayoría podrida.

En cualquier caso, ahora que el nacionalismo vasco ha entrado en proceso de reflexión acabo de recibir una carta muy ilustrativa de lo que ocurre en el País Vasco, algo que ya denunciara Ortega y Gasset hace 80 años. Tiene toda la razón mi remitente vascongado: o se escriben los nombres en vasco o en español -en mi opinión hay que llamar a las personas como ellos desean ser llamados, lo que no aplico a ciudades, países, etc.- pero no en macedonia de ambos idiomas. Ahora bien, al texto le sobra esa admonición-amenaza, el "confío que subsane este error de aquí en adelante", chulería que revela, precisamente, el problema por el que los vascos provocan tanto recelo en el resto de España: se llama soberbia, la insufrible soberbia vasca.

Eulogio López

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