Gilbert Chesterton acudió a su boda armado con un vaso de leche y un pistolón antiguo. El pistolón era para defender a su mujer de "piratas y bandidos", pero en su autobiografía escribe la siguiente reflexión: "si mi mujer no me hubiera conocido tan bien como me conoce podría haber pensado cosas horribles: que le iba pegar un tiro, que me iba suicidar o, lo más grave de todo: que era abstemio".

Como era un enamorado de la vida, el mismo que seguía el dogma de que "el incendio del pensamiento es el agradecimiento", utilizaría ese pistolón para la siguiente reflexión: "nunca utilicé la pistola, pero reconozco que, cada vez que alguien me comenta que no le encuentra sentido a la vida, sentía la tentación de entregar el arma al susodicho para que se pegara un tiro y acaba con el presunto sinsentido de su vida". 'Joie de vivre', que dirían los franchutes.

¿Y por qué sentía Chesterton ese cariño por la vida? En primer lugar porque era un gran tipo, un tipo agradecido al Creador por haberle creado. Ciertamente, si yo no creyera, no ya en que he sido creado por Dios sino en el amor de Cristo a la criatura, tampoco le encontraría sentido a la vida. O, al menos, me costaría ilusionarme con una existencia sin sentido abocada a una muerte que no es tránsito sino disolución en la nada.

En segundo lugar, porque era lo suficientemente inteligente como para saber que la verdad existe. El relativista -nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira"- no puede ser feliz porque habita en una sociedad 'liquida', no tiene un principio al que atenerse en el presente por lo que ignora el pasado y le aterra el futuro. Ronald Knox, otro admirador de Chesterton, aseguraba que esa sociedad líquida, así como el declive de la civilización occidental, es decir, la civilización cristiana, surgió cuando la gente empezó a cambiar el "yo creo' por el 'yo siento'. O lo que es lo mismo: el dogma por las opiniones, las convicciones por la duda eterna y los principios por los deseos.

Y todo esto viene a cuento de la intervención del cardenal Stanizlaw Rilko, prefecto de la Sagrada Congregación vaticana para los laicos, dicha en Valencia, que trataba sobre la educación, lo que hoy llamamos educación en valores, expresión del abajo firmante, que ama más la vida que la bolsa y que siempre ha desconfiado de los mercados financieros.

En efecto, me temo que muchos padres y educadores no pueden dar principios a sus hijos y discentes por la sencilla razón de que andan perdiendo en ese relativismo que monseñor Rilko define con la presión de sus maestros Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora bien, "tener la mente abierta -otra vez Chesterton- es como tener la boca abierta: un síntoma de estupidez. La mente, como las mandíbulas, sólo se abren para cerrarlas de inmediato sobre algo consistente". El resto, incluida la reforma educativa del denostado ministro José Ignacio Wert (en la imagen) sólo son consecuencias de la malvivencia del principio sagrado de que las cosas son lo que son, de que existe la bondad y la maldad, la verdad y la mentira y lo bello y lo feo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com