Me lo dice un catedrático universitario con más de 30 años en la enseñanza, en todos los niveles: ¿Convertir a los profesores en autoridad pública? No hombre no, el maestro no tiene que ser una autoridad pública sino una autoridad moral, que es lo que fueron nuestros viejos maestros de escuela.

Aquellos hombres y mujeres vocacionales enseñaban los cuatro puntos cardinales de la sabiduría, que lo son también del cristianismo: verdad-mentira, bueno y malo.

De paso, enseñaban a leer, a escribir y las cuatro reglas. Lo hacían con una educación diferenciada -los niños con los maestros y los niñas con las maestras-, y al parecer el sistema no propició demasiada gente rara, cosa que sí hace el de ahora mismo. La cosa empezó a torcerse cuando dejaron de ser maestros, que evoca autoridad, y se convirtieron en profesionales de la enseñanza (o ingenieros técnicos pedagógicos, para los muy cachondos). El término profesional puede tener mucho glamour pero sólo significa que coba por lo que hace y establece una escala de derechos y deberes que termina con el horario laboral.

Sí, insisto en lo dicho, pero me había olvidado de los profes. Doña Esperanza Aguirre puede investirlos como autoridades morales, pero me temo que la moral, como el cariño verdadero, ni se compra ni se vende ni se otorga: se conquista.

Eulogio López

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