La verdad es que el presidente George Bush ha sido, en materia inmigratoria, tan cicatero como su antecesor Bill Clinton. Ahora, en la recta final de su mandato, ha decidido cambiar con una original política: legalizar inmigrantes, sin papeles, a cambio de contratos temporales de trabajo. Sería una especie de juicio acerca de la idoneidad del ilegal. La verdad es que se trata de una medida de difícil aplicación y que, en cualquier caso, resulta tan novedosa, que pocos se atreven a juzgar porque no existen precedentes. Habrá que esperar, pero, en cualquier caso, ese intercambio de trabajo por ciudadanía da que pensar.