El debate sobre el aborto está sacando a flote las mayores carencias de la democracia en España.
Especialmente preocupante resulta la reacción del principal partido de la oposición, empeñado en identificar a los defensores del derecho a la vida con fascistas que intentan imponer su moral a todos.
Los obispos son uno de sus blancos favoritos, como si hubieran hecho ellos una ley que, por otra parte, y a pesar de los avances, la Iglesia ha considerado insuficiente. Es como si, por el hecho de ser católico, se pretendiera de facto privar de carta de ciudadanía a un sector de la población, que por otra parte expone con respeto sus argumentos.
Contrasta el tono racional desde la Iglesia y las organizaciones pro vida, con las viscerales diatribas de los principales dirigentes de izquierda. Su actitud es la opuesta a la del Presidente de Francia, François Hollande, un socialista no precisamente moderado en temas de moral, que a pocos días de su visita al Papa, ha anunciado que no legislará sobre asuntos de bioética sin consultar a las principales confesiones del país.
Y en Alemania, la Gran Coalición se ha propuesto intensificar el diálogo con las iglesias cristianas por su contribución al bien común de la nación. La pregunta es: ¿Por qué no es posible un diálogo así también en España ¿Por qué se empeñan algunos en descalificar a quien defiende al más débil, al niño por nacer
¿Por qué a algunos se les llena la boca de derechos de la mujer, y sin embargo hacen todo lo posible por impedir que se aprueben medidas de ayuda a las embarazadas en dificultades
Valentín Abelenda Carrillo