Por lo general, la mayoría de los ciudadanos que en la noche del jueves (Tengo una pregunta para usted, TVE) interpelaron al líder de la oposición, Mariano Rajoy, al Presidente del Gobierno respondían al esquema: "Y de lo mío ¿qué?". Luego llegó la pregunta más llamativa y más agresiva, y don Mariano afirmó que estaría orgulloso si un hijo suyo le saliera gay, y que si perpetrara gaymonio acudiría a la ceremonia (no especificó si el ‘oficiante' sería Gallardón, que tiene mucha experiencia en estos trances. De hecho, primero te casa a un gay en el Ayuntamiento y luego se marcha a misa o se arrodilla ante el Papa para besarle el anillo. Es un tipo pluralista, con la mente tan abierta que se constipa de continuo).

También aclaró Rajoy que él no tenía nada contra los homosexuales, faltaría más, y que el pequeño detalle de que su partido haya impugnado el homomonio de ZP ante el Tribunal Constitucional se debe a una mera cuestión terminológica: que no quieren que se llame matrimonio y que no desean la adopción. O sea, centro-reformismo. Por lo demás, en cuanto don Mariano detecta el menor síntoma de homofobia, acude presto en defensa del pobre agredido.

Ahora bien, lo de la cuestión terminológica tiene su enjundia. En breve, el PP propondrá que no tiene nada contra los chorizos, siempre que al robo le llamemos latrocinio, ni tampoco contra el fraude, siempre que su denominación sea elusión fiscal. Ni contra la mentira, mientras pueda ser definida como economía de la verdad. Es lo mismo que les ocurrió con el aborto: el centro-reformismo abomina del aborto sí, pero no de la interrupción voluntaria del embarazo, que son cosas bien distintas.

Por lo demás, don Mariano respeta los sagrados derechos de los homosexuales, que es lo mismo que me ocurre a mí. Lo que ocurre es que yo respeto a los homosexuales pero no a la homosexualidad, de la misma forma que respeto a los enfermos, pero no a la enfermedad; y a los ignorantes, pero no la ignorancia. Y respeto mucho a los sidóticos, pero no al SIDA, y a los locos, pero no la locura, y a los injustos, pero no la injusticia, y a los mentirosos, pero no la mentira. Y estoy orgulloso de mis hijos, pero no de los suspensos de mis hijos, ni de sus defectos, sus egoísmos o sus impertinencias. Y no, no aprobaría con mi presencia la boda gay de un hijo, ni de un amigo, ni de nadie. Estaría con él antes y después, pero no durante.

Luego está lo de la adopción. Sí al gaymonio mientras se llamen parejas de hecho (que es una horterada de mucho cuidado) pero no a la adopción gay. ¿Y por qué? Si creo que las parejas homosexuales son lo mismo que las heterosexuales, y que tienen todo el derecho a la convivencia, y que no se llaman matrimonio por una cuestión terminológica, pero que de hecho es lo mismo, ¿por qué negarles la adopción de niños, fin básico de la convivencia matrimonial o la convivencia de hecho?

Si don Mariano no fuera centro-reformista, es decir, un acomplejado, concluiría lo que concluiría cualquier marciano al que le planteáramos el problema: la pareja heterosexual es la única que debe adoptar porque la pareja homosexual no puede tener otros hijos que los prestados –producidos, que diría López Obrador-, dado que la naturaleza –es decir, lo natural- ha decidido, sin consultar a nadie, que los niños sólo salen de la convivencia sexual entre hombre y mujer, y no de la penetración anal, que además es cosa de lo más marranota. Yo no estoy en contra del gaymonio porque se llame gaymonio, sino porque es antinatural. La naturaleza, siempre reaccionaria, lo ha decidido así, y exige, qué cosas, la pareja hetero para la pervivencia de la especie humana. Lo que ocurre es que Rajoy es un centro-reformista, es decir, un acomplejado y ahora cualquier cosa para no disgustar a nadie… que es la mejor manera de cabrear a todos.

Después de todo, si es centro, ¿cómo puede ser reformista? Las posturas centristas nunca han reformado nada. El centro es algo que es, y se cambia desde la izquierda o desde la derecha. Salvo que te afilies al PP, claro, porque en el reino del eufemismo, nada es lo que parece. Por ejemplo, lo que parece un sutil distingo es una gilipollez de grandes proporciones. Eso sí, un gilipollez centro-reformista.

Y a todo esto, ¿pensará Rajoy que su flagrante contradicción sobre la homosexualidad le va a suponer algún voto homo? No, Rajoy es centro–reformista y pelín frívolo, pero no puede ser tan tonto.

Eulogio López