Fue un empresario español el que le adjudicó el sobrenombre de Barbie y entonces empezó el lío. Porque un apodo es como un ensayo o como un artículo: sólo tiene éxito cuando tiene razón. Y doña Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de la República Argentina, es una Barbie como una casa.

Se parece a Anita Obregón sólo que en primera dama. También guarda un cierto parecido con Doña Letizia Ortiz Rocasolano, futura Reina de España y territorios de ultramar (Ceuta y Melilla, sin ir más lejos) quien, durante su primer acto como jefa de Estado consorte, ausente el Rey por rehabilitación, acaecido en el real palacio, para honrar a los participantes en la Cumbre iberoamericana, no pudo evitar una constante búsqueda de un protagonismo que no le correspondía sino en calidad de usufructo, monopolizando la atención de su esposo, el futuro rey, al que exigía un tiempo y una dedicación reservada a los invitados y a los intereses de España.

La Barbie argentina, por contra, se ganó dicho protagonismo ella sola. A la recepción llegó tarde, quizás porque se sentía la novia de la boda: el mundo la desposaba para amarla con pasión.

Todo el drama femenino se circunscribe a una tendencia: la obsesión por convertirse en el centro de atención de quienes rodean a la fémina, y ello sin discriminación por razón de sexo. La mujer vanidosa porcentaje que me niego a concretar- divide al mundo en dos mitades: una para que la admiren y la otra para que la envidien. No daré más pistas.

A la mujer, como a los militares el coraje, la inteligencia se le presupone. Los clásicos, tipos enjundiosos, exaltaban a la mujer discreta. La discreción bastaba para cubrir todos los peligros que acechan a la panoplia de virtudes femeninas: lealtad, perseverancia, humildad (ésta, sólo hasta la implantación del feminismo), entrega, laboriosidad, compromiso, indulgencia. Y como siempre ocurre, la corrupción de lo mejor es lo peor: es decir, la mujer protagonista se vuelve ridícula. En la Cumbre Iberoamericana de Naciones, ni doña Letizia ni doña Cristina supieron ser discretas. En honor a la verdad, hay que decir que Ana Obregón no se exhibió lo más mínimo, quizás por el hecho de no haber sido invitada al acto.

Por lo demás, pocas noticias: la Cumbre UE-Hispanoamérica se puede resumir así: Iberoamérica le ha perdido el respeto a Europa, especialmente a España. Evo Morales, tras una detenida lectura de la prensa, acusó a Aznar de haber preparado un golpe de Estado contra él, en connivencia con el fascismo internacional y la plutocracia boliviana. Hugo Chávez impone que el hondureño Porfirio Lobo no acuda y, una vez conseguida la bajada de pantalones de Zapatero (¡esos tirantes, presidente!), decide no presentarse.

El mundo hispano actual oscila entre Venezuela y Argentina. Venezuela es una dictadura leninista con un Chávez que prepara un ejército privado de 30.000 milicianos y Argentina es una democracia corrupta con una presidenta cleptómana que utiliza a los pobres como misiles contra las clases medias y contra sus enemigos políticos. Lula es un megalómano enloquecido, Piñera tira a plutócrata y Daniel Ortega y los hermanos Castro pretenden invadir Washington.

Con estos mimbres, el problema no es firmar un tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea e Hispanoamérica sino que los gobernantes hispanos lo cumplan, cosa que en su mayoría no lo harán. En otros tiempos, a la seguridad jurídica le llamábamos sinceridad.

El problema es que la España progre de ZP ha perdido todo ascendente sobre el mundo hispano que ella misma engendró, y lo mismo puede decirse de Portugal, la madre del invento. Y, a lo mejor, todo esto tiene algo que ver con la pérdida del sentido político del bien común y del entendimiento del cristianismo como un servicio a los demás, a los ciudadanos antes llamados pueblo. La Cumbre de Madrid ha consistido en una feria de vanidades donde los más discretos no tenían nada que decirse y los/las Barbies deambulaban por el Madrid de los Congresos y por el Palacio Real. No hay nada en común porque las raíces cristianas que forjaron el continente han desaparecido de su casta política. Un detalle, los españoles se confiesan con los encuestadores con una novedad: aseguran que el principal problema del país es su clase política, una clase política que, cómo no, trata de perpetuarse.

Por tanto, la regeneración política de Hispanoamérica y en la Hispanidad incluyo a España, soy así de inteligente- pasa por un relevo de los líderes políticos actuales. Por pura casualidad, la tentación de casi todos aspirantes a transitar desde la libertad al autoritarismo, algunos incluso con muy buena imagen en Occidente, ha consistido en eliminar la más gloriosa tradición democrática americana: la limitación de mandatos. Es decir que la regeneración comienza en Honduras, el país que ha luchado contra toda la comunidad internacional, incluido con la nueva y peligrosa potencia, hispana, Brasil, para defender ese principio básico inevitable: si el poder absoluto implica corrupción absoluta, el poder permanente, aunque este legitimado por las urnas, corrompe de forma permanente, para siempre jamás. Cuando no es el poder, es decir, la capacidad de hacer daño imponiéndose a los demás, que es lo que destroza al gobernante varón, es el exhibicionismo que destroza a la líder mujer y al líder varón.

Y, por cierto, a la vieja Europa, a España. Sin ir más lejos, no le vendría mal la receta de la limitación de mandatos. Todo son ventajas: por ejemplo, en 2012 Zapatero se tendría que marchar.

A los Reyes de España y al matrimonio heredero no podemos cambiarle: deben cambiar ellos. Y el peligro que corren no es de de detener la regeneración política española e hispanoamericana, sino el de terminar con la monarquía en España. Pero eso es cuestión ajena a este artículo y, durante las próximas 24 horas, no debe preocuparnos lo más mínimo.

Con discreción, terminemos con la política Barbie.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com