El presidente argentino, Néstor Kirchner, funciona a golpe de encuesta y con golpes de efecto. Cada vez que las encuestas indican una bajada de su popularidad, le arrea un mandoble a una empresa extranjera presente en Argentina. Ahora le ha tocado el turno a Repsol YPF, precisamente aquella con la que mejores relaciones mantenía, la que más ha invertido en
Días atrás, había hablado de extorsión de las petroleras, y finalmente, acaba de aumentar el impuesto a la exportación de crudo. Y ello apenas 24 horas después de que un grupo de piqueteros de extrema izquierda, dirigido por Raúl Castells, lanzaran cócteles molotov contra la sede de Repsol YPF en Buenos Aires, situada en Diagonal Norte, y provocaran un incendio ante sus puertas, mientras las fuerzas del orden miraban hacia otro lado. Y aunque el jefe del gabinete presidencial, el poderoso Alberto Fernández, cuestione la legitimidad de estos del montonerismo, el propio presidente Kirchner les anima cuando advierte que "hay que hacer caso a los compañeros". En este sentido, ha resultado muy llamativo que Hebe de Bonafini, de las Madres de
Pero es que hay más. Cuando el presidente Kirchner anuncia (mano dura con las multinacionales) que va a subir el impuesto de la exportación de crudo, se está comportando de la manera más demagógica posible. Él sabe, perfectamente, que Argentina ha negociado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que en 2005 deberán desaparecer este tipo de impuestos. Y también sabe que no podrá dedicar el dinero de esos impuestos a crear una petrolera pública. En primer lugar, porque necesita el dinero para otras prioridades. En segundo lugar, porque su nueva empresa estatal necesita mucho más dinero para invertir que el que puede sacarle a Repsol YPF, Exxon y compañía.
Además, la norteamericana Exxon, poco amiga de componendas, ya le ha dicho a Kirchner que si sube los impuestos, ellos subirán los precios del combustible.
Por último, lo cierto es que los mercados bursátiles ya no se creen la demagogia de Kirchner. A comienzos de su mandato, las bolsas reaccionaban negativamente (contra la cotización de la compañía) cuando Kirchner golpeaba a una empresa. Ahora ya, ni se inmutan. Y es que el efecto de la demagogia siempre se diluye en el tiempo.