¿Quién dijo que don Marcelo no iba a acudir hoy a la cita de Ávila? ¿Cómo no iba a estar en el Monasterio de la Encarnación para conmemorar la fiesta de la Transverberación -traspasar con una espada o flecha- del corazón de Santa Teresa, después de no haber fallado durante treinta años? Sí, durante tres décadas, todos los 26 de agosto, don Marcelo entraba en la iglesia de las carmelitas de Ávila vestido de pontifical y celebraba la Santa Misa, para festejar junto a las hijas de la Santa Madre –para las carmelitas la Santa Madre es Santa Teresa, porque la Virgen es la Santísima Madre- la fiesta de la Transverberación.

 

Ella misma cuenta lo que es la Transverberación al describir su experiencia: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba (...). El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines (…). Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que, por momentos, hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero, al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella". Ese día Teresa emitió el voto de hacer siempre lo que ella creyese más perfecto y para mayor gloria de Dios. ¡Y vaya que si lo cumplió…!

 

Pues bien, como don Marcelo estaba muy enfermo, tanto que se fue al Cielo el miércoles 25 por la tarde, las carmelitas de Ávila pensaron en monseñor Cañizares para que continuara la tradición. Y en efecto, hoy jueves 26 a las 8 de la tarde cogerá el testigo de manos de don Marcelo en la fiesta de la Transverberación. Porque, claro, si sólo se muriese sin más no se puede dar ni el testigo ni las buenas tardes, pero si se cambia de vida… ¡Pues claro que don Marcelo va a estar esta tarde a su manera en el Monasterio de la Encarnación!

 

Desde luego que las carmelitas de Ávila han elegido a Cañizares por ser el sucesor de don Marcelo en la sede primada de Toledo. Pero el testigo que va a recibir va a ser mucho más amplio que sucederle como celebrante en tan señalado día. Y como el testigo que uno entrega al dejar esta tierra se identifica con la propia vida, no está de más recordar algunos aspectos del quehacer de don Marcelo, sin duda todos ellos importantes, menos uno que es importantísimo, y que será el último al que me refiera.

 

Don Marcelo había nacido en Villanubla (Valladolid) el 16 de enero de 1918. Hijo de un pequeño comerciante, ingresó en el Seminario Diocesano de Valladolid, un año antes de que estallara la Guerra Civil. Fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1941 y durante veinte años desarrolló su labor apostólica en la Archidiócesis de Valladolid. En 1960 fue nombrado obispo de Astorga (León), era entonces el prelado más joven de España. Y como obispo de la diócesis leonesa asistió a las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II.


El 21 de febrero de 1966 fue nombrado arzobispo coadjutor, con derecho a  sucesión, del Arzobispado de Barcelona, tomando posesión del cargo en el mes de mayo, y el 7 de enero de 1967 pasó a regir dicha sede. El Papa Pablo VI le nombró miembro del primer Sínodo de obispos en septiembre de 1967, y en junio de 1968 fue nombrado miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Los primeros días del año 1972 tomó posesión de la sede primada de Toledo y, al año siguiente, fue nombrado cardenal con el título de San Agustín por el Papa Pablo VI. No viene al caso detenerse en los cargos eclesiásticos y algunos civiles que tuvo, como su elección como miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Sí que, en cambio, merece la pena destacar tres facetas de su vida que hacen de don Marcelo un buen pastor.

 

En primer lugar, don Marcelo fue un hombre valiente. Desde luego que en su juicio particular no habrá sido catalogado como uno de los perros mudos que se niegan a cuidar el rebaño con su silencio, cuando acecha el peligro. Por eso, no se quedó extasiado ante el texto constitucional y denunció en su día la ambigüedad de algunos capítulos referentes a la vida, la familia y la educación. Los hechos no han hecho más que darle la razón. Por eso, me parece que Cañizares, en sus últimas intervenciones, ha recogido el testigo de don Marcelo, cuando con sus denuncias contra el poder político, no hacen sino recordar que la fuente de la moralidad no reside ni en la Corona, ni en el Congreso, ni en La Moncloa, ni siquiera en el ministro católico del régimen, el señor Bono y en su peculiar visión doctrinal de la Iglesia.

 

En segundo lugar, don Marcelo se opuso con firmeza a la ley del divorcio, cuando ésta fue elaborada por el Gobierno de UCD, plagado de católicos. ¿Hará falta recordar que el divorcio es anticatólico porque es inhumano? ¡Cuántas tragedias, lágrimas y ruinas económicas se han derivado del divorcio en medio de un espeso silencio o del apoyo explícito de tantos católicos, para no ser acusados de retrógrados, sin percatarse que el divorcio ya existía en la época de Matusalén! Así es que el testigo de don Marcelo en este punto no es otro que palo al divorcio, venga del partido que venga.

 

Y en tercer lugar, el gran mérito de don Marcelo, ese importantísimo aspecto al que antes me refería, el que le va a dar un puesto de preferencia en el Cielo, es, sin duda, su seminario de Toledo. Y es que la religión católica no es una religión intimista, sino sacramental, porque por deseo de su Fundador, Jesucristo, la gracia fluye a través de los Sacramentos y su confección no es posible si no existen sacerdotes. Y gracias al seminario de Toledo millones de cristianos en toda España han podido recibir las gracias sacramentales. Y es que en el origen de la apostasía generalizada a la que no hace mucho se refería Cañizares, está el desmantelamiento de los seminarios en España. El gran vacío contra el que don Marcelo empeñó los mejores de sus esfuerzos.

 

Javier Paredes