Esa es la verdadera batalla política que se vive en el Continente, aunque los partidos mayoritarios, todos ellos progresistas, sean de izquierdas o de derechas, se empeñen en disfrazar el verdadero campo de batalla. El relativismo del "nada es verdad ni es nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira" se enfrenta a un Cristianismo empeñado en recordar que la verdad existe y que el hombre no sólo está obligado a buscarla, sino que su felicidad depende de ello. Esta es la verdadera guerra que se libra en la Unión Europea (UE).

Los viejos partidos, la democracia cristiana y el socialismo, mantienen con mano férrea el poder político, mientras tratan de sobrevivir a su propia arterioesclerosis ideológica, fagocitando a los grupos ecologistas y a los partidos que luchan por el renacer de un nuevo humanismo cristiano, especialmente alrededor de los conceptos de familia y vida. En España ha surgido Familia y Vida, en Reino Unido, el partido Prolife, mientras todo un movimiento social, cada vez más influyente en política, exige que se detenga el enloquecido proceso de ataques a la vida, especialmente a las personas no nacidas y a la familia compuesta por hombre y mujer. El proceso está en ciernes, pero lo cierto es que la ecología panteísta (los verdes) y la ecología natural (defensa de la vida humana y de la familia)

Un ejemplo: en Francia, los progres, de izquierda o de derecha (no hay conservadurismo de derecha dura y, la mismo tiempo, progre, que el de Jacques Chirac, uno de los personajes más nefastos del actual panorama político europeo) han decidido jugar en el terreno de uno de tópicos progresistas más utilizado y menos practicado: la apertura al inmigrante. Naturalmente, la Europa progre es una Europa de fronteras cerradas al Tercer Mundo en el doble sentido: ni ayudamos a paliar la hambruna en Sudán y cierra las fronteras al inmigrante que huye de la miseria o la opresión por el sistema de cupos y bajo la amenaza del caos social. Sin embargo, se muestra netamente partidaria de las ONG que luchan contra el racismo y a las que utilizan en la batalla política (y ellas, encantadas). Así, los socialistas franceses han decidido convertir a Harlem Desir como su cabeza de listas al Europarlamento. Desir fue presidente de SOS Racismo. Es decir, un verdadero profesional de las manifestaciones públicas en romántica defensa del inmigrante. Inmediatamente, los conservadores de Chirac (presidente de Francia gracias a la colaboración que le prestó el presidente del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen) se ha apresurado a fichar para sus listas a Patrick Gaubert, quien, asimismo como cabeza de lista, es el presidente de la Liga Internacional contra el Racismo y el antisemitismo (en el inconsciente colectivo francés, de suyo muy freudiano). No quiero ni pensar lo que hubiera ocurrido en los aparatos políticos de los partidos socialista y gaullista si se hubiera elevado a esos dos demagogos a la cabecera de las listas para las elecciones presidenciales francesas.

La Europa progre intenta, además, recluir a la religión en el interior de los templos, lo que es tanto como obligar a los creyentes a esconder sus convicciones, sus principios y a reducir la libertad de culto y, muy especialmente, la transparencia de esa libertad de culto. Como es imposible hablar de libertad sin libertad religiosa, el conflicto no ha hecho más que empezar... y afecta a todo el continente.

Más tópicos progres. También en Francia, los verdes han fichado al simpático cateto José Bové y le han elevado a la categoría de líder europeo. Bové es un campesino francés, convertido profesional de la agitación anti-globalización, que promueve un sistema económico basado en el proteccionismo a ultranza: nada menos que fronteras económicas de provincias o concejo. Ahora bien, ¿alguien se ha parado a pensar en que el proyecto europeo constituye una punta de lanza del proceso planetario de globalización? Un globófobo no debe estar ni a favor ni en contra de ninguna de las distintas opciones para construir la Unión Europea, sino contra todos ellas, contra el proceso mismo. Un antiglobal no debe estar ni a favor ni en contra del proyecto de Constitución elaborado por la Convención Europea, sino en contra de la constitución en sí misma, de cualquier proyecto legal.

Más tópicos o más utilización de las elecciones europeas: el protagonismo en Francia se lo ha llevado el numerito de Noel Mamere, el alcalde francés que decidió hacerse famoso casando a dos homosexuales, contraviniendo la ley vigente en Francia.  

Otro factor es el del nacionalismo, que no es un debate de ideas sino un debate de identidades. Atención, porque los resultados de las elecciones demuestran que el problema nacionalista no es de centralización o descentralización. No hay problemas nacionalistas en un país tan descentralizado como Alemania,  que encima ha pasado por la catarsis de la reunificación, o en otro como el Reino Unido, donde un escocés o un galés consideran una ofensa que sus hijas matrimonien con un inglés. Tampoco los hay en Francia, país, al contrario que Alemania o Reino Unido, centralista donde los haya. Sin embargo, el nacionalismo condiciona, controla (y destroza, dicho sea de paso) toda la política en España, Bélgica o la República Checa. En los países donde existen nacionalismos poderosos, el debate ideológico se reduce a la mínima expresión. Y la prueba de que los nacionalismos ideológicos han pasado de pertenecer a la derecha a pasar a ser de izquierdas.

Naturalmente, el nacionalismo implica una contradicción flagrante con el proyecto europeo. Pero, al parecer, el elector, que vota en clave nacional, no se ha enterado de ello.

 

Eulogio López