El trabajo ennoblece al ser humano y el aburguesamiento le lleva al fracaso, tanto familiar  como laboral.

Sostenía Jean Jacques Rousseau que el trabajo constituye un deber imprescindible para el hombre. La ociosidad es una ofensa a la misma humanidad en tanto que el trabajo aleja de las personas tres grandes males: el tedio, el vicio y la miseria. Rousseau afirmaba que el hombre feliz es el que se afana por realizar un trabajo con excelencia.

Y cierto es que todo trabajo lleva en sí su recompensa, alegra el espíritu, proporciona la economía necesaria y evita que la existencia sea solitaria. Sin embargo, cuando el quehacer profesional absorbe y anula las otras facetas necesarias de la vida, ya no resulta tan provechoso. El trabajo debe enriquecer al que lo realiza y permitirle ejecutar otras actividades nobles, como atender a la familia, practicar algún deporte, fomentar las amistades, el enriquecimiento cultural y un tiempo, necesario para la contemplación, para poder encontrarse con uno mismo y con Dios.

El ser humano es multifacético. No tenemos una sola dimensión. Pero hoy parece que vivamos sólo para el placer, para el trabajo o para el dinero; estamos contagiados por la espiral de desconcierto que predomina en la sociedad en que vivimos.

Clemente Ferrer Roselló

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