La investidura de Luiz Inácio Lula da Silva como presidente de Brasil ha sido una verdadera fiesta del pueblo. Doscientos mil brasileños se reunida para festejar a ritmo de samba la proclamación del primer presidente obrero de la décima economía mundial. Una muchedumbre sólo igualada por quienes recibieron a la selección auriverde tras su triunfo en la Copa del Mundo de fútbol.
El discurso de investidura de Lula fue claramente social, tirando a demagógico: "mientras un solo brasileño siga pasando hambre, debemos sentirnos avergonzados", señaló el presidente de una república con más de un tercio de la población (54 millones) por debajo del umbral de pobreza. El objetivo político de Lula es bien sencillo: "que todos los brasileños tengan algo para comer tres veces al día".
Unos objetivos que parecen poco ambiciosos, pero que marcan claramente la prioridad social de un ejecutivo de izquierda radical, que parece haber optado por el posibilismo. Lula ya ha anunciado que cumplirá con sus compromisos financieros establecidos con el FMI. Los nombramientos "profesionales" para la dirección del Banco Central y del Ministerio de Economía, parecen apuntar hacia un gobierno "profesional-financiero" de la macroeconomía que facilite las líneas de crédito para impulsar el desarrollo económico.
El equilibrio a su izquierdismo lo marca su vicepresidente, el empresario conservador José Alencar. Junto a él y a todas las fuerzas políticas, Lula pretende impulsar un Pacto Social para afrontar las reformas estructurales que a su juicio necesita el país, en materia laboral y fiscal, así como en el sistema público de pensiones
El "izquierdismo capitalista" tiene su paradigma en el merchandising de su investidura. Cerca de un millón de dólares ha ingresado el Partido de los Trabajadores (PT) en la venta de los kits de Lula: pins, camisetas, gorras y banderitas por sólo 15 reales (aproximadamente cuatro dólares) han sido vendidos por decenas de miles para aclamar al líder del PT. Es la fuerza del mercado, a la que no se resisten ni los más revolucionarios...
La reforma agraria será otra de sus prioridades. Los latifundios brasileños generan hilaridad comparados con los andaluces. Pero más grave: la situación de los braceros brasileros es infinitamente más humillante que la que soportan los jornaleros andaluces y extremeños. Los obispos brasileños han denunciado en varias ocasiones el injusto reparto de la tierra y han recordado la "hipoteca social" de los bienes. Una denuncia que ha generado movimientos ultraconservadores en defensa de la tradición y de la propiedad.
Afirmando el derecho a la propiedad y a la herencia, conviene colocar en paralelo el destino universal de los bienes y la obligación moral de compartir con los demás los bienes de los que disfrutamos. Una recomendación que se convierte en clara obligación cuando "los demás" padecen hambre y miseria. Por eso la reforma agraria supone uno de los grandes retos que afronta Brasil, una de las mayores potencias agrícolas del planeta. Una reforma que debe compaginar el derecho a la propiedad con la necesaria justicia distributiva. Por eso Lula ha anunciado que la reforma será "pacífica, planificada y pensada".
Unas palabras muy calculadas que ponen en solfa las aspiraciones del Movimiento de los Sin Tierra que aspiraba a que Lula bendijera la ocupación de las tierras. La reforma deberá realizarse de forma planificada (con todas las bendiciones legales), pacífica (con el mayor consenso posible de las partes implicadas) y planificada (para evitar desajustes productivos, aprovechamientos ilegítimos de los nuevos propietarios, etc).
La otra gran batalla del recién estrenado presidente se dirigirá contra "las estructuras corruptas del Estado" para evitar el desperdicio de recursos públicos. Buenos propósitos que junto a una política de nombramientos basada en la cohesión nacional están procurando -en palabras del ministro de Industria, Luis Fernando Furlán- una intensa "ola de credibilidad" internacional. El enviado del gobierno norteamericano, Robert Zoellick, se mostró seguro de que Lula "hará cosas fantásticas en su gobierno".
Entre esas "cosas", destaca su voluntad de impulsar la integración regional, el Mercosur, en abierta oposición al proyecto estadounidense de extender el ALCA y de la preocupación norteamericana de la seguridad en la región. Este impulso se concretará en la creación de un órgano permanente y de un banco regional. Los argentinos han aplaudido el proyecto del ex sindicalista, que claramente apoya la opción del bloque ARI (Alternativa por una República de Iguales), para los próximos comicios en el país austral. La voluntad de liderar el Cono Sur se concreta también con el envío de asesores de Lula a Venezuela (país no miembro del Mercosur) que, en estos días, parece frenar parcialmente la huelga anti-Chávez protagonizada por la oposición.
Con 51 millones de votos y el apoyo del 76% de la población, Lula tiene la gran oportunidad de desarrollar una política social razonable, que no caiga en la demagogia ingobernable de Chávez, ni en la negación de mercado de Castro. Tiene la gran oportunidad de nuclear al Cono Sur para la construcción de una región con un enorme potencial económico y demográfico. Pero tiene la enorme responsabilidad de no equivocarse. El "vecino del norte" y las agencias de calificación financiera estarán muy pendientes de sus pasos...