Decir que Corea del Norte es un régimen de la Edad Media constituye una de esas estupideces que sólo pueden oírse en el siglo XXI. Porque la Edad Media era un tiempo abierto, donde la vida de los reyes no necesitaba de ningún periodismo de investigación que desenterrara sus secretos: estaban a la vista de todos. La opacidad es un invento de la modernidad, y cuanto más contemporánea es esa modernidad, los poderosos se rodean de más velos y muchos más guardaespaldas.
El régimen de Kim Jong-Il se esconde sus vergüenzas y sus explosiones nucleares con idéntico entusiasmo. Dicen los servicios de inteligencia japoneses que Corea es el país con más comandos especiales por población, y que el dictador les hace trabajar de continuo. Por ejemplo, secuestrando ciudadanos nipones, o compatriotas huidos, que son trasladados a la península coreana y desaparecen sin dejar rastro. Pura modernidad.
Otro rasgo de modernidad. En la Edad Media las hambrunas afectaban por igual a pobres y ricos, porque el mayor enemigo del hombre era la naturaleza, no el prójimo. Por el contrario, en Corea conviven sin problema la muerte por inanición con la alta tecnología. Hay hambrunas persistentes pero es Corea quien está apoyando, según los servicios de inteligencia norteamericanos, el rearme nuclear iraní y, además, dispone del copy-right del Shihab-5, el cohete de más de 5.000 kilómetros de alcance, capaz de portar cabezas nucleares, que sale y entra en la atmósfera como Pedro por su casa. Desde Irán, el Shihab-5 puede alcanzar Israel, toda Europa y hasta la Costa Este de los Estados Unidos. El isótopo 238, es decir, la bomba atómica, es más difícil de conseguir, pero está claro que Irán, con mayor o menor ayuda lo conseguirá antes que después. De hecho, la inteligencia judía considera que es cuestión de meses, no de años. Es cierto que Corea ya ha atravesado el punto de no retorno, mientras Irán no, pero Irán es aún más peligroso que Corea: es la diferencia entre un majadero y un fanático.
La segunda cuestión de la guerra actual es la utilización de la población civil en las guerras modernas, donde los civiles son más importantes que los militares y objetivos militares directos. Hay que acudir de nuevo a los hebreos, que saben mucho de guerra actual. Los israelíes afirman que la guerra santa musulmana es un negocio de familia. Todos intervienen: el adolescente se inmola colocándose una bomba en las costillas y las muchachas atienden y vigilan a los secuestrados mientras los abuelos sirven de parapeto y cortina a las actividades de nietos y nietas.
La reciente guerra del Líbano ha servido para escenificar la guerra del siglo XXI. Un piloto hebreo lo explicaba así: mientras yo bombardeo con un F-16, abajo hay señores que lanzan proyectiles mortales sobre Haifa con un tubo de aluminio de 30 centímetros. En efecto, cuando toda la sociedad civil se encuentra involucrada en el conflicto y mientras hombres aislados puedan asesinar a distancia sin otro aparato de transporte que un turismo, entonces de poco sirven los grandes ejércitos. No se puede matar moscas a cañonazos, que es la lección que surge tanto de la guerra de Iraq como de la reciente del Líbano. Ahora hay que buscar otra forma de combatir una guerra que se confunde cada vez más con la guerrilla y ésta con el terrorismo. Y la confusión radica ahí: el terrorismo utiliza a los civiles no sólo como objetivo sino como escudo. En esas condiciones, cuatro canallas pueden poner en jaque a 4.000 soldados que luchan por una causa justa.
Dicho de otra forma: si al peligro nuclear unimos el terrorismo como la guerra del siglo XXI, ¿de qué sirven los ejércitos? Y sobre todo, ¿no nos condena esto a una guerra donde los civiles son objetivo preferente?
Sí, ya se que ambas premisas son inaceptables, pero sólo pensarlas produce pavor.
Eulogio López