La Hostería Volante, reeditada ahora en España con el título de La Taberna Errante, es una de las más deliciosas y divertidas novelas de Chesterton. Sin ánimo de desvelarles el final (aunque en las historias del gran Chesterton, tan importantes son la exposición y el nudo como el desenlace), se trata de un marinero amigo del ron y el queso (dos vicios tremendos para el puritanismo imperante, probablemente repletos de colesterol) y de una mujer inteligente. El tercer hombre no es sino un rico e intelectual (Chesterton se adelantó otra vez: en efecto, en el mundo actual todos los ricos son intelectuales y así todos los intelectuales consiguen hacerse ricos), un hombre sensible, amigo de la paciencia y de las artes, prototipo de un mundo nuevo, abierto y tolerante, especialmente hacia el Oriente, del que tantas cosas tenemos que descubrir, respecto al Islam. Sólo el rudo marinero se enfrenta a él enarbolando el mástil de una taberna inglesa, cuyas reservas es un barril de ron. La muchacha, tras admirar la tolerancia y sabiduría de nuestro multimillonario, acaba de darse cuenta de que éste le ha introducido en un harén.

Ahora que nuestro Zapatero recita poesías árabes y nos encontramos hermanados con el sarraceno, ahora que El País compara a Aznar con Ben Laden, he de confesarles, queridos amigos, que yo también percibo una curiosa similitud entre la progresía occidental, especialmente en su versión feminista y los modos mahometanos. Es más, puesto a pasar de las percepciones a las sospechas, percibo una alianza entre progresismo occidental y fanatismo musulmán, en principio, tan alejados ambos.

Por ejemplo, empecemos por nuestro modelo favorito, nuestros hermanos franceses. Si lo piensan un poco, la pasmosa ley gala del Velo no es una ley anti-islámica, sino anticristiana, como tantas otras cosas que hace Francia. Prohibir el velo es una tontuna con la que se quiere expulsar de la cosa pública cualquier manifestación externa de índole religiosa. Por ejemplo, la vestimenta talar de sacerdotes y religiosas. Si no ha ocasionado más problemas en este punto es, sencillamente, porque hay pocos curas y monjas en Francia que vistan de curas y monjas, lo que no deja de ser una de las considerables tragedias actuales para curas y monjas. Porque el Islam es iconoclasta, menos gráfico que el Cristianismo, menos amigo de los símbolos, retratos y representaciones que el Cristianismo. Prohibir el velo es una forma de iconoclasta con quien, a lo largo de la historia, se han enfrentado dos tipos de colectivos: los cristianos y los amantes de la vida.

Pero el parecido no acaba ahí.

Con el PSOE se ha aceptado la tontuna de los populares de Aznar, convencidos en que los grandes males de la civilización son el tabaco y el alcohol, es decir, los espléndidos elementos que ha alimentado dos de los más grandes logros de la humanidad: la camaradería y la amistad. Y mientras el tabaco y las espirituosas bebidas (observen el parecido fonético entre espiritualidad y espirituos por algo será) son proscritos, crece la homosexualidad y su prestigio mediático y político. ¿Alcohol anatematizado y sodomía compitiendo en la jerarquía de valores sociales? ¿No les recuerda eso demasiado a las sociedades islámicas?

Zapatero ha convertido el divorcio en una de sus más progresistas medidas políticas. Fernández de la Vega, esa gran jurista, nos advierte que nadie tiene que dar explicaciones de por qué decide divorciarse. Es decir, nadie tiene que dar explicaciones de por qué rompe un contrato, un compromiso, un voto. La próxima vez que pague mis impuestos responderé es Yo no tengo por qué dar cuenta de por qué no pago mis impuestos, de por qué incumplo el contrato social de colaborar al sostenimiento de la sociedad a la que pertenezco.

Pues bien, ¿acaso no es el divorcio un invento oriental? Ya nos lo recuerdan los fieles del profeta: ustedes (los occidentales) condenan nuestra poligamia simultánea, pero practican la poligamia sucesiva. O sea, el divorcio-express del lobby feminista que abandera Mr. Bean.

¿Qué el Islam no respeta a la mujer? Muy cierto, pero el feminismo occidental, el zapateril, no exige el respeto debido, sagrado, a la mujer, tan sólo propugna que la mujer imite la procacidad masculina, es decir, que imite lo peor del hombre.

En resumen, el Islam aboga, como el feminismo occidental, por la lucha de sexos. Simplemente, las sociedades dominadas por la doctrina de Mahoma consideran que es el hombre quien debe vencer en la batalla  y sus leyes desbrozan el camino para que él sea el vencedor. El feminismo occidental hace lo mismo, sólo que en favor de la mujer. La feminista (el feminista, ya saben que todavía hay algo más tonto que un obrero de derechas: un varón feminista) y el fiel de Alá lanzarían la misma carcajada, sardónico espasmo, ante la propuesta cristiana de la necesaria colaboración y de la absoluta complementariedad entre ambos sexos. Se golpearían los ijares, feministas y muslimes, unas y otros, si les habláramos de entrega mutua, de donación entre hombre y mujer. Feminismo occidental y machismo islámico son las dos caras de una misma moneda.

Pero hay más similitudes entre el progresismo capitalista y la economía islámica. El Islam se queda en la limosna (cosa seria, sin duda), pero el mero concepto de justicia social viene largo. En este punto, nuestro progresismo capitalista es tan fatalista como el Corán. Los dos plutocráticos. Y los dos consideran que si el rico es rico es porque se lo merece y que si el pobre es pobre algo habrá hecho, o dejado de hacer, para ello.

Señor Zapatero: ¿No estará usted creando un harén? En ese caso, me echaré al monte y retaré al legislador con un barril de ron (mejor, de brandy, o bien, vino de Ribera del Duero), un jamón de cerdo ibérico (animal impuro para los moros y horrible para las feministas, porque engorda mucho) y una espada toledana en forma de cruz, sin la menor curvatura, con los brazos abiertos al universo, y desde allí retaré a La Moncloa. Se lo advierto, Mr. Bean.

Eulogio López