Seguramente recuerdan esta noticia, firmada en Nueva Zelanda: Un teatro tiene que cambiar el guión una obra de Miller, tras la interrupción de una espectadora que protestó a gritos porque el protagonista había encendido un cigarrillo en el escenario.
Señores: se acabó la pipa de Sherlock Holmes: ni en el teatro ni en el cine, porque. Si bien nuestra espectadora estaba cargada de razón, dado que el humo del actor podía afectar a sus pulmones, no es menos cierto que, aunque los espectadores de un visionado cinematográfico no sufren el efecto directo del nauseabundo humo que suelta el actor, es cierto que si se ha filmado es porque antes se ha fumado, y el humo desparramado durante el rodaje ha dañado los pulmones del director, los actores, el responsable de fotografía y quién sabe cuántos operarios más. Y, en cualquier caso, ha dañado a toda la sociedad y la capa de ozono, amén de contribuir sí, también los cigarrillos, al calentamiento del planeta el efecto invernadero la lluvia ácida y el deshielo polar.
Después del tabaco viene el alcohol (ese es el plan, sin ir más lejos, del ministerio de Sanidad español), y ahí el asunto será más grave, dado que empinar el codo es vicio ancestral, con mucha más historia que el tabaco, y me temo que hasta el mismísimo Miguel de Cervantes puede ser puesto en entredicho, ya que el fiel Sancho Panza buenos tragos se echaba al coleto.
Me llega otra noticia, esta vez de Estados Unidos, como se sabe, un pueblo un poco dado a las exageraciones. Allí, un juez ha prohibido a un matrimonio fumar en casa (¿cómo hará para vigilarlos?) porque el vecino neurasténico del piso de arriba les denunció: el humo subía (el humo siempre camina hacia arriba, salvo en el incendio del Windsor) y se colaba en su casa, perjudicando de este modo, su pituitaria, sus pulmones y vaya usted a saber cuántas cosas más.
No es para tomarlo a broma, pero recuerden el viejo chiste del hombre que entra en el estanco y pide un paquete de tabaco. En la cajetilla que le ofrecen figura la siguiente leyenda: Fumar, produce impotencia. Entonces el aludido se dirige al estanquero y le ruega: ¿Podría usted cambiármela por esa que dice que el tabaco provoca cáncer?
También en Estados Unidos, un sheriff ha prohibido a sus colaboradores que fumen en el trayecto de su casa al trabajo. No están claras las razones, pero aún lo está menos el control del asunto. Supongo que los ayudantes llegan a la oficina, se sitúan en formación, abren la boca y su jefe les huele el aliento. Es un sistema que no suele fallar.
Pues bien, en breve la ley sobre control el tabaco será una realidad en España. Atraviesa sus últimos trámites parlamentarios, a mayor gloria del puritanismo imperante. Si hemos de hacer caso a la cosmovisión de nuestra ministra de Sanidad, Elena Salgado, aquí no se puede fumar, no se puede beber, no se puede engordar ni tampoco fornicar, salvo, eso sí, que se trate de sexo seguro, seguro contra embarazos, y siempre sin compromiso. Y también, se puede, es más se subvenciona, destruir embriones humanos, es decir, de personas pequeñitas no nacidas. Lo que representa grandes ventajas, porque los que sobrevivan a las grandes matanzas prenatales, y tras vivir una larga y aburridísima existencia, podrán entregarle al enterrador unos pulmones en perfecto estado de revista. El progresismo es así: alegre, entusiasta, romántico, felicísimo.
Lo más peligroso : no se trata de reducir la libertad en la esfera pública, en la calle, en el foro : no, ahora pasamos al hogar, a la vida doméstica, a la intimidad.
Lo bien que nos vendría una revolución.
Eulogio López