Sr. Director:

Una de las características de las democracias inmaduras, o tal vez a los dirigentes inmaduros o con carácter más abiertamente psicopático, es el miedo instintivo a todos los poderes sociales, por ello los tratarán de controlar, neutralizar, o en su caso, destruir.

Y no sólo los poderes institucionales: Justicia, Prensa etc., sino esos otros que surgen espontáneos en la sociedad, fruto de la civilización y que son necesarios para su funcionamiento y desarrollo: enseñanza, sanidad, religión y sobre todo la familia.

Pero son la Iglesia y la familia los más peligrosos y atacados, por ser donde se forjan los cimientos de la libertad individual y la conciencia moral: los dos antídotos que impiden el siempre regresivo paso de individuo a masa, y por ello dificultan la manipulación de la masa votante.

Ya refirieron  Marañón y Ortega que las características de las masas son la ausencia de responsabilidad, la sustitución de la razón por la sugestión, y su fácil manipulación por personalidades sin freno moral, que precisamente por carecer de ello disponen de una energía suplementaria que seduce e hipnotiza a las masas bloqueadas por el miedo. Se trataría de la herencia más primitiva del hombre de la caverna. Los que organizan las propagandas ya cuentan con la inferioridad mental de las masas, diría.

Los constantes y obsesivos ataques a la Iglesia responderían a esta dinámica.

Respecto a la familia, el combate es aún más profundo y silente; se destruye su concepto y estructura, se estimula su disolución, se cosifica a los hijos y se dificulta la concepción en favor del rendimiento laboral, se facilita el exterminio del hijo si está dentro de su madre, utilizando los mismos argumentos que durante el nazismo y la esclavitud.

Juan Francisco Jiménez 

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