Sr. Director:
Soy una mujer embarazada de mi cuarto hijo y, además, con 39 años sobre mis espaldas. Trabajo, como muchas otras, fuera y dentro de casa. Procuro hacerlo todo lo mejor posible: Educar a mis hijas en unos valores fundamentales para que puedan ser felices el día de mañana y responder a las expectativas de mis jefes en el puesto de trabajo que desempeño. El resultado de todo ello son nueve meses de agotamiento con cada hijo.
Ya sé que son cosa mía, porque así lo he querido. Pero... ¿también es normal que tenga que venir a trabajar todos los días de pie en el metro durante doce estaciones? ¿Es normal que tenga que luchar con quien sea (en muchísimas ocasiones, chicos jóvenes) para conseguir un asiento? ¿De verdad pueden justificarse los hombres con el argumento de que las mujeres queríamos ser iguales? ¿Cómo puede una persona fuerte, hombre o mujer, ocupar un asiento en el que pone claramente que está reservado a otras personas que lo necesitan más, y encima ponerse a dormir o a leer despreocupándose del asunto? Y, ¿qué decir de quienes ven cómo una mujer casi anciana le deja el asiento a una embarazada y se quedan sentados como si fuera lo más normal del mundo, sin que se les caiga la cara de vergüenza?
Lo que más me sorprende es que cuando, por fin, alguien se fija en ti y te deja su sitio es siempre una mujer, jamás un hombre. Ni adolescentes, ni jóvenes, ni maduritos, ni ejecutivos, ni modernillos... ninguno... jamás. Y desde mi primer embarazo, hace ocho años, veo que la cosa va a peor. ¿Qué sociedad tan absurda es ésta, donde las mujeres se comportan como hombres y los hombres como mujeres frágiles y comodonas? Poca solución veo a esto más que la reeducación en valores. Mientras tanto, sugiero al metro que tome medidas, como recordar por megafonía a los pasajeros que hay asientos reservados... o que pongan los carteles más grandes. Que hagan algo, por favor.
Por último, mi agradecimiento a todas aquéllas mujeres que ceden el asiento, que alguna hay, por supuesto, y recordar a todo el que no lo sepa que una embarazada no es igual a nadie. Se pongan como se pongan.
Ana María Neira
ananeirac@oc.mde.es