La demostración más evidente de la estulticia humana en periodos de tribulación la ha proporcionado el honorable Dominique Strauss-Khan, un director del Fondo Monetario Internacional (FMI), originario del socialismo francés, que nada más llegar a su despacho de Washington, ubicado a una par de centenares de metros de la Casa Blanca, demostró estar a la altura de las circunstancias: su primera medida consistió en duplicarse el sueldo de su antecesor, Rodrigo Rato, señal evidente de que iba a poner todo su esfuerzo en la tarea.
Pues bien Strauss-Khan afirma que el mundo está al borde de la recesión global, unas palabras sin duda impactantes. Pero más impactante es la solución que ofrece para evitar la temida recesión. Ojo al dato: recapitalizar las instituciones financieras, con nuestro dinero, se entiende, y reforzar la confianza en los mercados es decir, en los que han provocado la crisis: los intermediarios financieros.
Vamos, que no sé si estamos en recesión global, pero seguro que estamos en recesión global.
Más idiocia: el Gobierno español de Rodríguez Zapatero imita a Bush y dedica 50.000 millones de euros a dotar de liquidez a los bancos. Es decir, dinero de todos para que los bancos presten a las empresas. Y entones; ¿por qué dárselo a los bancos? Que los preste directamente el Estado a través de, por ejemplo, el Instituto de crédito Oficial. O que baje los impuestos para aumentar el consumo. Y, por cierto, ¿quien nos asegura que ese dinero no va a ser utilizado para reducir la deuda de cuatro grandes empresas con los bancos y no de las PYMES, que crean el 90% de los puestos de trabajo? ¿Quién nos asegura que los bancos no ayudarán con ese dinero a los grandes y no a los pequeños, a familias y emprendedores? ¿No será por el chantaje habitual de los financieros: no va a ser mi patrimonio quien sufra sino tu fondo de pensiones?
Más síntomas de la estafa, horizontal y verticalmente global. El presidente de los promotores inmobiliarios españoles, Guillermo Chicote, asegura que antes de abaratar las viviendas un 30% se las regalo al banco. Considerando que la vivienda ha subido a tasas del 17% anual y que Juan Español se ha visto obligado a hipotecarse para los restos con el objetivo de tener un techo y para que el señorito Chicote se forrara el riñón de forma violenta y grosera, sorprende que, a este personaje de exquisita sensibilidad social, le asombre que alguien, por ejemplo todos, esperemos que la vivienda baje bastante menos de lo que ha subido.
Pero aún le delata más que prefiera devolverla al banco, porque resume el segundo mal -el primero es la especulación- de la actual crisis: que todas las grandes empresas -casi todos los promotores son grandes- trabajan con deuda ajena no con fondos propios. Por eso, si no pagan el banco les ejecuta. En otras palabras, que los grandes siempre trabajaban apalancados, para no exponer su fortuna personal. Es decir, eso que no hacemos usted y yo, por la sencilla razón de que no nos prestan el dinero. Y como decía aquel aristócrata, yo no tengo un duro, pero poseo una estimable capacidad de endeudamiento. En cualquier caso, todo un humanista este Chicote.
Estamos asistiendo, en sus distintos modelos, a la mayor estafa de la historia. El dinero de todo empleado en salvar bancos, no personas. Y encima aplaudimos. Ciertamente, una vez que Estados Unidos abjuró de la libertad para convertirse en una plutocracia, los demás tenían dos opciones: salirse de la globalización o caer también en la plutocracia. Yo hubiese elegido el primero, desde luego, aunque reconozco sus riesgos.
Pero lo que me asombra es la rendición incondicional al especulador, al intermediario financiero. Todos somos un poco especuladores, pero sin los brokers -y sin las divisiones bancarias dedicadas a la especulación- la crisis no habría ocurrido. Pues bien, el chantaje al que aludía la gobernadora Sarah Palin -y no ha vuelto a aludir, porque se lo han prohibido, dado que McCain apoya el Plan Bush- el de o me das el dinero o el que sufrirá será tu fondo de pensiones, el chantaje realizado con los ahorros de lo más- no sólo está surtiendo efecto, sino que el especulador en un bolsillo sin fondo: pide más y más: nada es suficiente para tranquilizar a los mercados: ¿Por qué había de serlo si le estamos proporcionando gasolina a un pirómano?
Ante nuestros ojos, deambula la mayor estafa de la historia: robarle dinero a los pobres -a los contribuyentes- para dárselo a los ricos... y en nombre de los pobres. Izquierda y derecha, conservadores y progresistas, todos unidos en defensa de los parásitos millonarios, esquilmando a trabajadores y emprendedores y calificando de loco e ignorante a todo aquel que se atreve a decir que la banca puede, y hasta debe, quebrar, y que el ahorrador, más bien inversor, a quien con tanto denuedo defienden los poderosos no es más que un señor a quien, una vez cubiertas sus necesidades primarias, aún le sobra dinero para invertir y no quiere que se lo coma la inflación. Y esto, sea un pequeño un gran inversor.
La alianza de políticos y banqueros contra el resto de la humanidad no sería posible si no se hubiera impuesto este pensamiento único, que ni tan siquiera es capitalismo: es plutocracia, o gobierno de los ricos.
Nunca como con esta monumental estafa se dejó ver que la diferencia ideológica del siglo XXI -y la de todos los siglos- no ha sido entre capitalismo y socialismo, sino entre grandes y pequeños: grandes son los gobiernos, grandes son los bancos de inversión y grandes son las empresas hiper-apalancadas. Pequeñas son las familias, los autónomos y las PYMES. O en la definitiva frase de Chesterton: ¿Qué más me da que todas las tierras del Condado sean propiedad del Estado o sean propiedad del Duque de Wellinton? La alternativa a esa única opción, a ese pensamiento único es que todas las tierras del Condado estén repartidas, distribuidas -de ahí el nombre de Distributismo, la doctrina económica creada por Hilaire Belloc y los hermanos Chesterton- entre familias y autoempleados. En aquellos tiempos de fisiocracia -principios del siglo XX- los distributistas lo resumieron así: todo el mundo debería poseer tres acres de tierra y una vaca.
Ojo, los distributistas eran liberales, amaban la propiedad privada como derecho básico del hombre, pero odiaban con igual fuerza la enormidad del Estado o la enormidad de los mercados financieros del capitalismo -y eso que en 1920 dichos mercados, así como los bancos, manejaban cifras ridículas comparadas con las actuales-. Creían que la propiedad privada era un derecho, sí, pero que debería estar convenientemente repartida. Y distinguían entre la propiedad privada y la empresa privada, porque, como recordaba don Gilbert: Un ladrón es un enemigo de la propiedad privada pero puede ser un entusiasta de la empresa privada.
Y ahora respondan. Todos los instrumentos creados por la plutocracia financiera, por ejemplo los fondos de inversión, donde una masa anónima deja sus ahorros en poder de unos pocos gerentes, habitualmente enloquecidos por obtener la mayor rentabilidad posible en instrumentos financieros especulativos, ¿constituyen el arquetipo de la propiedad privada? Porque uno diría que esos gestores de mercado son lo más parecido a los funcionarios públicos, a los políticos: se parecen como dos gotas de agua porque ambos funcionan con el dinero de los demás.
Así que, ¿como va remitir la crisis si la gran estafa continúa, si los trileros siguen vivos y crecidos, si los políticos se han puesto al servicio de los especuladores para salvarles el bolsillo, dado que si ellos caen también caen los ahorros de la mayoría? Por supuesto que la crisis no va a terminar: es más, volverá la especulación y nos encontraremos con otra crisis peor.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com