Si yo le dijera a usted, amigo lector, que "el sexo determina el conocimiento", usted haría bien en sospechar que soy un sexista. Si yo le dijera que el conocimiento de la mujer no es ni mejor ni peor que el del varón, sino distinto, como lo es su sensibilidad, su armazón intelectual y físico, entonces nadie tendría nada de lo que quejarse.

Pues bien, esa es la manipulación que acaba de lanzar (edición del martes 21) el diario El Mundo, del señor Pedro J. Ramírez, a costa de una orden de religiosas dedicadas a la enseñanza, de nombre Hijas de María.

Titular de El Mundo: "Un colegio de religiosas sostiene que el sexo determina la aptitud y el conocimiento". Subtítulo: "Padres y sindicatos piden el cierre del centro por inconstitucional". Luego, la manipulación, también en titulares, se vuelve aún más grosera, cuando afirma: "La orden... educa a la mujer para servir a los hombres".

Pues bien, lo que dicen estas religiosas en su ideario (asómbrate Pedro J.: hay gente que hasta tiene ideario) es los siguiente "Queremos educar a la mujer para amar y servir a Dios y a los hombres". Ahora bien, por hombres se entiende a la humanidad, varones y mujeres, en su totalidad manifiesta. Pero basta con retorcer un poco el texto para conseguir el efecto deseado. Todos los lectores se imaginan ya a las alumnas de las pobres monjitas sirviendo cervezas a un grupo de barbianes flatulentos en la atmósfera corrompida de una taberna "dickensiana".

Otrosí, dicen las monjitas que "creemos que el sexo marca diferencias de aptitudes, de conocimiento, de conducta y de momento de maduración... que exigen un trato diferenciado entre chicos y chicas".

El periodista (un García Hoz de la cosa pedagógica), califica esto como pedagogía del cirio, que vaya usted a saber lo que estaba pensando. Pues bien, nunca he visto una mayor verdad pedagógica en menos tiempo. La famosa coeducación, impuesta a la fuerza por los socialistas en España, es una de las mayores necedades, amén de una de las mayores perrerías que se les puede hacer a lo niños. Como bien dicen las pedagogas del cirio, e ignora el plumífero, un niño de diez años no tiene nada que ver con una niña de su misma edad, mucho más madura que aquel. Con la co-educación forzosa, lo que hemos conseguido es lo que ya vaticinara Chesterton: que niños y niñas se estén dando de mamporros e insultándose con energía durante toda su etapa escolar. Sencillamente, son dos sexos distintos, dos mundos distintos. Y la cosa sigue así hasta que ambos sexos aproximan sus grados de maduración, que suelen coincidir con la universidad (en algunos casos no se logra dicho nivel hasta los 30, pero entonces ya te han contratado en El Mundo).

Y así, con la tontuna de la co-educación, ocurre lo mismo que con otro tópico políticamente correcto: el de la educación en libertad, que subyace debajo (más debajo que al fondo) de todo lo que estamos hablando. Y así, volviendo a Chesterton, henos aquí ante la medalla de oro de las estupideces progre-pedagógicas... porque si establecemos la educación en libertad, los educandos la utilizarán para negarse a ser educados, tras ponderar, con muy buen sentido, que no hay nada más duro y pelma que la educación. Si al niño se le permitiera escoger si quiere ser educado y cómo, caben dos posibilidades: que renuncie a la educación o que le cataloguen como el más tonto del pueblo.

La información de El Mundo no soporta el menor análisis deontológico pero, eso sí, a mí me ha servido para conocer una institución religiosa a la que con gusto llevaría a mis hijas pequeñas. Por favor, Hijas de María, abrid un colegio en Madrid cuanto antes: We need you.

Posdata: Las Hijas de María son, como gentilmente nos recuerda El Mundo, una escisión de la Compañía de María. Para entendernos, ahora que Pedro J. no nos oye, las "H.M" se marcharon dado el desbarajuste espiritual, mental y educativo de las "C.M". Pero, no se lo digan a nadie, porque esto es puro machismo. A mayor abundamiento, simplemente recordar que la "C.M" era una orden "satélite" de los jesuítas y cuando los unos descarrilaron, las otras se estrellaron.

 Eulogio López