Tengo claro que al obispo Blázquez no le agrada el evento pero yo, menos caritativo que el prelado, sí que me opongo. Hablamos de un pregón en la catedral -en sede canónica, diríamos- y sobre la Pasión del Señor, donde un pío -o pía- conferenciante –o conferencianta- nos ilustra sobre el nudo central de la redención: Dios se deja clavar en una cruz, el Creador se anonada y se abandona en manos del hombre para salvar al hombre de su destrucción.
Entre esas muestras de misericordia de Dios se encuentra la de santificar el matrimonio -que no lo inventó la Iglesia, sino la naturaleza humana, pero que la Iglesia elevó a rango de sacramento. Por eso, doña Soraya es muy dueña de haberse casado en Brasil -una nota de color- por lo civil o por lo militar, pero no es la más indicada para pregonar sobre la Pasión de Cristo.
Porque la cuestión no es si el obispo Blázquez se opone a la pregonera Soraya sino por qué doña Soraya acepta protagonizar un acto en el que no cree. Si le motiva la Pasión no se hubiera casado por lo civil o habría rectificado más tarde. Eso por no hablar de su trabajo como legisladora en materias sensibles para un cristiano, cuestiones que el PP ha contradicho una y otra vez. Ejemplo: el aborto. Nadie debe prohibirle a Soraya que haga de pregonera. Debería prohibírselo ella a sí misma. Por coherencia.
Y por caridad, que es a que a mí me falta, el obispo se conforma con que las cofradías de la Semana Santa vallisoletana le comuniquen la terna de pregoneros que propone al alcalde, quien ha elegido, por pura casualidad, a una compañera y jefa de partido. Digo, porque las cofradías nacieron como centros de penitencia cuaresmal y de caridad universal. A lo mejor les supone una dura penitencia cuaresmal escuchar un sermón de la vicepresidenta pero la caridad de los cofrades no la veo por ningún lado.
Por cierto, Antonio Banderas, otro penitente cristiano, no sólo participa sino que lidera una cofradía en Málaga. Seguro que lo hace por lo mismo que Soraya. Por puro espíritu de penitencia y caridad cristiana.
Y al que me escandalice a uno de estos pequeñuelos...
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com