Sr. Director:
No cabe duda de que los próximos días las páginas de su publicación estarán atestadas de comentarios sobre el proyecto Gran Simio y la previsible adhesión del gobierno a esta iniciativa.
Esta discusión aparentemente absurda me recuerda esa novela de R. Kipling, conocida como el Libro de las Tierras Vírgenes. En un momento dado los monos raptan al niño salvaje Mowgli. Ellos creen que la misteriosa Flor Roja, esto es, el fuego, es lo único que les falta para ser como los hombres. Así, vanamente intentan arrancar a Mowgli un secreto que él mismo ignora; un misterio que da al hombre el dominio y señorío sobre toda la creación y lo hace responsable de ella.
Creo que Kipling estaría de acuerdo conmigo en que ese fuego es un símbolo del alma humana, de su inteligencia, de su capacidad de querer algo, de amar a otra persona, de su libertad. Pero ese fuego es y seguirá siendo un enigma para el mismo hombre; simplemente le trasciende. Esa llama de lo alto, cuyo origen no se puede probar científicamente, -sutil, brillante-, nos distingue, nos enaltece, nos hace criaturas capaces tanto de decir gracias, como de rechazarla; por ella somos personas, sujetos de derechos y deberes.
Es cierto que los hombres deberíamos tener más consideración hacia la naturaleza. Que muchas de nuestras actividades dañan los ecosistemas y hacen desaparecer las especies. Cierto, muy cierto. Sin embargo, ¿de dónde esta farsa de constituir en personas a unos antropoides? ¿Por la cercanía evolutiva y la vecindad genética que tenemos con nuestros parientes los grandes simios y la cruel realidad de nuestro trato con ellos, como dice la proposición? Se les podría acusar de cierto nepotismo. Sí, tenemos deberes con la naturaleza, flora y fauna, pero hay otras formas menos ofensivas para evitar la extinción de estas especies. Lo que no me queda claro es si quienes proponen esto intentan elevar a los simios o rebajar a los hombres. En otras palabras, ¿se personifica al simio, o se despersonifica al hombre? A fin de cuentas no se sabe quién terminará siendo el Gran Simio, él o nosotros.
Bromas aparte, resulta más preocupante que esta adhesión se tramite tan rápido. Lo que se refiere al hombre, tarda, se ignora, se rechaza, divide. Como que estamos cansados de nosotros mismos. Esto es lo más triste. Se defiende al Gran Simio y se masacra al indefenso que aún no ha nacido. Se ignora vilmente la llama que arde ya en un feto humano, en un enfermo, en un anciano, y están de acuerdo en que se ponga este fuego en manos de unos pobres irracionales en peligro de extinción. Me pregunto si quienes no han sabido defender los derechos del ser humano serán capaces de cumplir con los derechos del antropoide-persona que pretenden crear. Parece que nunca han oído que quien juega con fuego se quema.
¿Qué habrá detrás de todo esto? ¿No será un diabólico odio al hombre? ¿No pretenderán incendiar el mundo y perder al hombre entre las llamas, haciéndolo una especie más, y muy dañina? Al final de todo, el hombre seguirá preguntándose el porqué de las cosas, mientras que los simios ni siquiera agradecerán que se les intente dar una dignidad tan alta.
Desgraciadamente será un proyecto más, una discusión más que llegará más allá de los pocos orangutanes que hay en los zoológicos de la Península. Es algo más que un ataque ideológico al hombre. ¿Dónde parará?
Rogelio Naranjo
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