Desde hace más de dos mil años los cristianos rememoramos el hecho histórico más grandioso e inimaginable de la vida del hombre.
Un niño nace humildemente en un lugar muy modesto de una ciudad de Judea llamada Belén. Sus padres, José y María, eran portadores de la misión más delicada y transcendental para la humanidad: dar vida, criar y educar al hijo de Dios.
Nada de lo que haya ocurrido en el mundo desde entonces es más grandioso ni relevante que esto. Nuestra imaginación no llega a alcanzar la dimensión de esa decisión divina que ha supuesto una revolución en el devenir de la humanidad. Es cierto que millones de seres humanos viven a espaldas de este acontecimiento como consecuencia de practicar otra religión o por su agnosticismo, aunque buena parte de ellos lo celebran como una fiesta con sabor social y familiar, extremando, eso sí, los gestos de paz y bondad.
Pero la celebración de la navidad, la "nativitas", el nacimiento de Dios hecho hombre, es para los cientos de millones de cristianos del mundo un acontecimiento que va mucho más allá de lo que es un fenómeno social. Debe ser un tiempo de reflexión, de revisión de nuestras conductas, de examinar nuestras sensibilidades hacia las necesidades e inquietudes de las personas más próximas a nosotros: compañeros de trabajo, familiares, amigos…, pero sobre todo es una fiesta personal, íntima, para interiorizar nuestra actitud ante nuestras responsabilidades personales y sociales.
Hoy estamos inmersos en una sociedad excesivamente ruidosa, egoísta y en ciertos aspectos desquiciada. El mundo de las ideas e incluso de las utopías ha sido absorbido por el pragmatismo, la velocidad, la información sin límites, el economicismo. La esclavitud del hombre por el hombre ha dado paso a la esclavitud del hombre por el dinero, la corrupción, las drogas, el sexo o el mismo consumismo.
Pero nada es diferente de los tiempos en que ocurrió aquel providencial nacimiento. La perversidad del hombre de hoy no es mayor que la de entonces y los males que hoy nos aquejan tampoco. Solo se trata de que nos empeñemos en desarrollar nuestras innumerables capacidades y bondades, poniendo en práctica los valores que germinaron en Belén. El esfuerzo personal, la solidaridad, el deseo de justicia, las ansias de libertad o el respeto a las ideas u opiniones de los otros.
La Navidad coincide también con la apertura de un nuevo año. Desde que se instauró nuestro calendario gregoriano y muchos siglos antes también, cada año viene marcado por sucesos que han condicionado la vida de las personas.
Los grandes descubrimientos científicos y revolucionarios, las convulsiones políticas, los fastos deportivos y sociales junto a las catástrofes naturales o las guerras y penalidades determinan de una forma u otra la historia de la humanidad.
Estas fiestas navideñas vienen marcadas por una crisis que nos tiene que hacer reflexionar sobre nuestra actitud personal ante ella. Millones de ciudadanos en España, viven hoy de las ayudas y subsidios e incluso de la caridad por falta de trabajo.
Recuperar, como la imagen del portal de Belén, hábitos y costumbres que se asienten en la austeridad, la laboriosidad y la solidaridad nos ayudará y ayudará al nuevo Gobierno a recuperar la senda del desarrollo y de la prosperidad para todos los españoles. Este es mi deseo y el que aprovecho para transmitir en estos entrañables días a todos mis lectores y amigos.
Jorge Hernández Mollar