Cualquiera diría que este año, con la crisis, la Navidad resultará deslucida.
Todo lo contrario. Si lo que queremos es vivir el espíritu navideño, la austeridad y a veces el desapego a lo material por las limitaciones económicas, puede favorecer el ambiente familiar y darnos alas para comprender lo que celebramos.
No se trata de decoración, ni de reuniones, ni de regalos a destajo. Tampoco de viajar o descansar. La Navidad es un todo que nos dice que fuimos salvados por una acción directa de Dios, en la que se encarnó y sufrió a través de nuestra naturaleza humana. Y eso el hombre de hoy lo ignora porque ignora lo que significa estar salvado. Hasta que no profundicemos en el sentido de la existencia, no sabremos qué pinta un belén (el principio de la vida) y menos aún un crucifijo (el significado de la muerte y el sufrimiento) elevados por Dios a un plano salvífico.
Otros lo saben, y por eso nos desproveen de ellos: los que viven ultrajando al ser humano hasta conducirlo legalmente al matadero del aborto o de la eutanasia.
No permitamos que nos roben la alegría que de Dios viene para llamarnos a una vida nueva que comienza en cada Navidad.
María Dolores Bravo