Miguel Ángel Fernández Ordóñez es hermano del inolvidable Francisco Fernández Ordóñez (Pacóñez), aquel político que ya había triunfado con el Franquismo, medró con UCD y llegó a la cumbre de su carrera con el socialismo de Felipe González. Dicho sea todo esto sin el menor ánimo peyorativo, porque la verdad es que Pacóñez era una persona inteligente, afable, divertido y más peligroso que una piraña en un bidé.
Su hermano ha heredado buena parte de sus dotes, entre ellas la facultad señera de retorcer cualquier dato, cualquier argumento, en su favor y en el de su partido, independientemente de cuál sea ese partido.
En la mañana del martes 23, MAFO (no le gusta que le llamen MAFO) lanzaba lo que hemos titulado en este periódico como el mayor ataque del PSOE contra las rentas medias aunque no en beneficio de los menesterosos, sino del equilibrio fiscal. Es decir, a la postre, en beneficio de las clases adineradas. Lo que me interesa ahora no es la cuestión tributaria, sino la forma de presentarla. MAFO propone suprimir las dos desgravaciones fundamentales a las que se puede acoger Juan Español, vivienda y jubilación privada, pero insiste en que el Gobierno no propone nada. Por dos veces, el secretario de Hacienda marca la diferencia entre los socialistas y el Gobierno Aznar. Según él, con Zapatero se ha acabado la prepotencia de un Ejecutivo que tomaba decisiones contra el 90% de la población. Se refería, naturalmente, a la guerra de Iraq y contraponía la política de Aznar con el nuevo talante de ZP. Tanto es así, que el PSOE no ha tomado ninguna decisión fiscal; simplemente, lanza un debate a la sociedad y que sea esta la que decida qué fiscalidad desea. Y es que MAFO no debería ser el hombre de la agenda pública, sino el portavoz del Gobierno. A su lado, Fernández de la Vega, palidece. Es una pobrecilla ignorante que no le llega ni a la altura del betún. Porque lo que MAFO está vendiendo es lo que ya vendiera, también con notable éxito, Felipe González: pura sociología política, gobernar en democracia es hacer lo que quiere el pueblo. Ahora bien, esta formidable e inapelable afirmación precisa de dos matices. Por un lado, un líder político no es sólo aquel que aplica lo que le pide la ciudadanía, sino aquel que ofrece un programa a esa ciudadanía. Ese programa es el que se vota en unas elecciones. O lo que es lo mismo, gobernar un país es mucho más que gestionar una empresa. Se gobierna desde unos principios morales, políticos y económicos, que representan, al mismo tiempo, una serie de convicciones. Y cuando el líder democrático, aunque haya sido elegido por una gran mayoría, comprueba que sus convicciones no coinciden con los deseos del pueblo, o bien convence al pueblo o bien presenta la dimisión. Lo otro no es democracia, es simplemente no tener convicción alguna, ser una gelatina que se adapta a la forma que le imponen desde fuera. La fórmula de MAFO parece muy democrática pero no es más que pura incoherencia para mantenerse en el poder el mayor tiempo posible.