Algunos piensan que la juventud es un divino tesoro que se va para no volver. Pero otros opinan que los adultos no tienen nada que envidiar a la juventud de hoy en día, y que por nada del mundo cambiarían su madurez por la lozanía que dan los pocos años.
Y es que, desde bien pequeñitos, vemos cómo los padres se doblegan ante las peticiones continuas de sus hijos: ellos son los que marcan el horario de las comidas, de ver la televisión, de irse a la cama y de levantarse. Ellos son los que patalean sin descanso hasta que consiguen estar en brazos de su padre, regocijarse con su chupete reseco, comer lo que les apetece, recostarse en el lecho marital, visionar los dibujos animados cien veces vistos
Pasarán los años y, si los padres no entran en razones y se ponen en su sitio, el malcrío de los hijos irá a más: su madre le hará la cama y le llevará la ropa sucia al lavadero, su padre le preparará el desayuno, el almuerzo y la merienda, el abuelo cargará con su mochila camino del colegio, las tardes las pasarán en el parque y viendo sus programas favoritos, la hora de irse a dormir será una incógnita permanente
Y así un año tras otro, en toda circunstancia, en todo tiempo y lugar el niño tendrá siempre la razón de su parte, porque sus padres no han ejercido la suya nunca jamás. Por eso, para nada servirán los reproches de los maestros y profesores, los consejos de sus familiares, las advertencias de sus vecinos su hijo se saldrá siempre con la suya.
La falta de voluntad, el inexistente esfuerzo y la ausencia de contradicciones ha infectado todas las actividades juveniles, hasta las deportivas. Ahí están las declaraciones de Toni Nadal, tío y entrenador de nuestro tenista campeón, que ve con pesimismo el futuro de nuestro deporte, pues la juventud tiene menos espíritu de sacrificio, por lo que hay que adaptarse a la nueva situación. Sí, hay que acomodarse a su actual ritmo de trabajo, bajar la exigencia y aportar nuevos alicientes para que el joven siga practicando ese deporte que le podría llevar a la élite.
La ausencia de contradicciones, de la cultura del esfuerzo, tendrá en el joven consecuencias graves en un futuro cercano, cuando la influencia de sus padres en su entorno desaparezca, cuando llegue a la universidad, ocupe un puesto de trabajo, y se enfrente a la frustración del fracaso antes nunca vivido.
Y pasarán los años, y muchos de ellos ni se plantearán formar un nuevo hogar, pues, mientras sus padres estén ahí... Sólo los más audaces se lanzarán a esta aventura, pero pronto echarán la toalla cuando lleguen nuevas contradicciones, negaciones a sus deseos y obligaciones extra con la llegada de la prole.
Pasarán los años, y sus padres llegarán a la ancianidad y a la dependencia. Una dependencia que ellos no querrán asumir. Y seguirá aumentando el número de residencias de ancianos, pero también su coste y la disminución de la herencia futura. Así que aprobarán por ley la eutanasia obligatoria a los ochenta años. Y seguirán disfrutando de su vida vacía, malgastando los bienes que sus padres consiguieron con esfuerzo y tenacidad.
Pasarán los años y llegará el día de su ochenta cumpleaños. Quizá entonces sean conscientes de su grave error, pero ya será demasiado tarde: morirán arruinados y sin nadie que les llore.
Jesús Asensi Vendrell