Los medios de comunicación social ofrecen cantidades ingentes de retórica, propaganda y publicidad política, en una avalancha tal que una gran mayoría de personas no tienen capacidad suficiente para distinguir y valorar cada caso.

Apuntaba Julián Marías que "la retórica es el arte de mover a los hombres sin profanarlos" y que "la retórica no necesita mentir". Pero lo cierto es que faltan dedos en las manos para contar los ejemplos prácticos, evidentes, que cotidianamente demuestran todo lo contrario. Las ofensas al adversario político, las amenazas y coacciones, las advertencias maliciosas, flotan en los contenidos de algunos medios de comunicación.

Lo que causa una penosísima impresión en el público que asiste, cual mudo espectador, a esta especie de juego que retoza en una retórica profanadora de los valores que distinguen a la persona como tal. Siendo sencillamente sucia y agresiva en su dialéctica, maliciosamente tendenciosa en sus argumentaciones, perniciosamente bárbara en sus ditirambos y lisonjas, esta clase de retórica política es absolutamente rechazable.

Con una propaganda política que antepone los intereses del partido a los intereses de la persona, se está deshonrando y violando al ser humano en lo que significa la estructura de su convicción más íntima.

La retórica, la propaganda y la publicidad política deben ajustarse al derecho, a la razón y a las normas que rigen su código deontológico. Porque si la retórica, la propaganda y la publicidad política mienten al elector y lo desprecian, a éste no le quedaría más salida que la abstención.

Y nada hay más preocupante que el que la mayoría se prive y desentienda de opinar o de intervenir en actividad tan estimable, valiosa y relevante como la de los asuntos públicos.

Clemente Ferrer Roselló

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