Y eso que hablo de la primera entrega -serán cuatro- que, en el diario Expansión, dedica De Juan a la actual crisis financiera.
Aristóbulo debe sangrar por la herida bancaria de los años 80 -una pupa de nada comparada con la actual- pues asegura que la autoridad supervisora, es decir, el Banco de España, debe actuar con prontitud aunque haya pérdida para el contribuyente. ¿Y qué tiene que ver el pobre contribuyente con las pérdidas provocadas por los intermediarios financieros? ¿Cobra ese contribuyente de los bancos bonus a fin de año? Al parecer, cuando un banco se hunde, algo nuestro se hunde -cierto: nuestro dinero- por lo que el Estado debe arrebatarnos más dinero para reponer el que nos quitaron.
Lo mismo puede decirse de otras vices, ya sean liberales o socialdemócratas, ya sean Bush u Obama, Brown o Berlusconi, Merkel o Sarkozy. Todos han sacralizado el sistema bancario y los mercados financieros, y consideran que hay que poner el dinero necesario para que el ladrón no quiebre. Ni tan siquiera distinguen entre ahorrador e inversor, a pesar de que el primero lo es por obligación -no se puede vivir sin una cuenta corriente hoy en día, al menos en Occidente, al menos, para domiciliar recibos- y el segundo es porque, una vez cubiertas sus necesidad previas, aún le sobra para vivir y no quiere que la inflación se coma sus ahorros. Pero es lo del contribuyente: se es contribuyente a la fuerza. Nadie puede evitarlo, pero nadie ha dicho que el dinero de los impuestos deba emplearse en cubrir los agujeros que dejan banqueros, intermediarios y aseguradores, es decir, los que trabajan con el dinero de los demás.
Uno no se siente especialmente liberal, pero le asombra lo que está ocurriendo: ¿Es que no queda un solo liberal en el mundo? No habíamos quedado en que la empresa ineficaz debe quebrar? ¿Es que si el panadero de la esquina pierde dinero van a venir el resto de los contribuyentes a salvar su panadería?
La única solución liberal y en este caso justa, es la que nadie se plantea: que los bancos y la casas de bolsa -como concepto más genérico de la intermediación bursátil- quiebren y que el Estado proteja exclusivamente al ahorrador, que no al inversor. Un partícipe de un fondo de inversión o de pensiones es un inversor; el titular de una libreta de ahorros o de una cuenta corriente es un ahorrador. O poner un límite: por ejemplo, los 100.000 euros del Gobierno ZP, que supone un umbral de protección pública más que aceptable. No todas las familias pueden ahorrar esa cantidad.
Los bancos no sólo pueden sino que deben quebrar. Con ello, no sufrirá el común de los mortales, el que bastante tiene con llegar a fin de mes, con ello se recupera el sentido del riesgo y con ello nos haremos un poco más responsables y se reducirá el endeudamiento de las familias.
¿Y qué pasa con las empresas? Cualquiera diría que el objetivo de una empresa consiste, no en crear riqueza sino en pedirle créditos al banco. No, la empresa debe financiar sus inversiones, en primer lugar, con fondos propios, producto de beneficios anteriores no repartidos, en segundo lugar con ampliaciones de capital sobre todo dirigidas a sus propios accionistas -el mercado primario, lo más noble, casi lo único noble, de la bolsa- y en tercer lugar, muy en tercer lugar, de crédito. Si no dispone, o dispone menos, de estos últimos, que saetean a los dos primeros.
Nos llenamos la boca hablando de una nueva época, pero nueva significa modificar los parámetros del anterior, que eran la especulación y el apalancamiento. ¿Cómo se hace eso? ¿Reflotando la banca con dinero público, sea para dotar de liquidez o para nacionalizar, que es lo mismo? No, dejando que el banco, un negocio como otro cualquiera, que no consiga salir a flote quiebre, lo mismo que cualquier empresa, grande o pequeña, lo mismo que cualquier autónomo o cualquier profesional.
Dicho de otra forma, ¿cuál es la solución a la actual crisis financiera? Que quiebren los financieros especuladores.
Conspiración y consenso. Lo que ocurre es que no vivimos en los tiempos de las conspiraciones sino de los consensos. El consenso, también conocido como lo políticamente correcto, es el contagio generalizado de la idiocia. Ahora hay un consenso plutocrático, consistente en el acuerdo unánime del poder para salvar a los culpables de la crisis, a los mercados financieros. Así, en lugar de salir de la crisis, la estamos agravando. Por contra, si quiebran los malos operadores no sólo haremos justicia y no sangraremos al contribuyente, es decir, al pueblo, sino que estaremos reduciendo el peso de la economía financiera en la economía real, algo que nuestros hijos no dejarán de agradecernos.
Los bancos malos, ¡que quiebren! Los buenos, que se mantengan en pie sin ayudas. ¿Y si se hunde el sistema? Que se hunda. No sé por qué nos asusta tanto. El sistema no es más que la suma de las empresas y aquéllos que van a sufrir por su caída son los que poseen el patrimonio suficiente como para que dicha quiebra no les deje en la calle.
Lo que no ocurre con los contribuyentes, querido Aristóbulo. Al final, lo que está ocurriendo es que la democracia corre el riesgo de convertirse en plutocracia. Nada menos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com