El presidente del Gobierno conmociona a la SEPI con sus declaraciones en Bilbao. Zapatero ya ha descubierto algo: un presidente del Gobierno no debe hacer promesas a un comité de empresas sindical

 

El domingo 12, en Bilbao, José Luis Rodríguez Zapatero, quiso adornar la presentación de Patxi López como candidato socialista para lehendakari en Euskadi. En vista de una huelga general en todos los centros de los astilleros públicos (Izar), Zapatero se comprometió ante los representantes laborales de La Naval, la factoría bilbaína, a no dejar "abandonado a su suerte a ningún trabajador". Minutos después, Enrique Martínez Robles, presidente de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), pegaba un brinco de varios metros. La SEPI había presentado un plan, rechazado por los sindicatos, que prevé un número, aún no decidido, de bajas incentivadas, de prejubilaciones, además de una segregación entre los astilleros civiles y militares.  El motivo de esta segregación es claro: mientras que Bruselas no permite ni un céntimo más de subvención  para los astilleros públicos de obra civil, nada tiene que oponer cuando se trata de obra militar, dado que se supone que otra cosa atentaría contra la soberanía de los países miembro. 

 

En cualquier caso, durante toda la mañana del lunes 13, los directivos de SEPI se esforzaban en explicar a quien quisiera oírles que las palabras de Zapatero no se distinguían del plan propuesto a los sindicatos. Estos, sin embargo, tenían otra idea bien distinta y han grabado en letras de molde la promesa presidencial. No habrá paz social con el nuevo Gobierno, si Zapatero deja abandonados a los 10.800 que componen la plantilla de Izar (de la industria auxiliar, cuya plantilla puede duplicar esa cifra, nadie habla porque a nadie le interesa hablar). Pero no sólo eso, es que las palabras de Zapatero fueron a más. Deseando agradar a todos, Zapatero afirmó que "este Gobierno será el que salve a los astilleros". Según un buen conocedor de la SEPI, esta frase resulta más letal que la anterior, menos traducible y menos moldeable. Desde el año 2000, Izar acumula pérdidas por valor de 644 millones de euros. La mala gestión del Gobierno, así como la crudeza de Bruselas, significa que ni tan siquiera pueden devolver el primer plazo de subvenciones públicas recibidas (algo de 300 millones de euros). Con toda razón, los sindicatos advierten que es una vergüenza que los astilleros estén en crisis justo en el momento en que las industrias gasera y petrolera españolas no dejan de comprar petroleros y gaseros para su flota, mientras los astilleros asiáticos, especialmente coreanos, les ofrecen buques a menor precio gracias a las subvenciones públicas que reciben. Todo un verdadero sinsentido.

 

No obstante, la traducción de la promesa presidencial en manos de la SEPI es la de aumentar el número de prejubilaciones previstas. Lo que no deja de ser muy llamativo, dado que el todopoderoso ministro de Trabajo, Jesús Caldera, ya afirmó que las prejubilaciones constituían un verdadero cáncer del sector público y de que su política consistía en reducirlas a la mínima expresión y siempre con cargo al sector privado.

 

Pues bien, dadas estas premisas, resulta que la única posibilidad de salvar la cara ante los sindicatos es el cierre de factorías de astilleros y la prejubilación del mayor número de trabajadores, prejubilaciones pagadas con cargo al erario publico. En definitiva, un verdadero desastre. Lo único que ha conseguido Zapatero es que la reconversión de astilleros le salga más cara al erario público, a través de las prejubilaciones, y que, además, el Gobierno no logre salvar la compañía o la convierta en un producto estrictamente armamentístico. Algo en lo que suponemos no estaría especialmente interesado, porque chocaría un poco con su acendrado pacifismo.