Conclusión atrevida y alargada, quizás demasiado alargada la de 'Tesis Prohibida', novela, con tintes de documental, cuyo autor es Blas Piñar Pinedo.

Digo demasiado alargada porque hila un asesinato perpetrado en el verano de 1939, nada más terminar la Guerra Civil, hasta ahora mismo, 2011. El autor defiende que se trata de un continuo, una conjura que se mantiene a lo largo de 72 años. Por tanto, la obra se inserta dentro de lo que ha dado en llamarse teoría de la conspiración y su cúspide se situaría en una sociedad secreta que recibe el nombre de Ismael.

Nota importante: puede hablarse de docudrama. En primer lugar, porque el propio autor subtitula su obra de la siguiente guisa: "Basada en hechos reales". Y así es, en cuanto que los hechos descritos son reales, patentes los unos, olvidados los otros. El problema es la conexión entre los mismos, que es lo que proporciona las conclusiones del autor.

No hay voluntad de novelar sino de redactar. Más que ante una novela estaríamos ante un reportaje periodístico, donde se emplean nombres supuestos de personas e instituciones de esos 70 años pero claramente reconocibles, a lo largo de la historia de España durante ese lapso.

¿Aconsejo leerla? Sin duda. Lo documentado de la obra, el engarce entre las distintas fases históricas, la profusión de elementos, todos ellos componen un cuadro tan interesante como divertido.

La siguiente pregunta es: ¿creo en la tesis de la Tesis Prohibida? No, no la creo y supongo que es mi deber explicar el porqué.

Una conspiración no se mantiene desde 1939 a 2011: los conspiradores no tienen tanta paciencia. Por lo general, las conspiraciones, como las herejías, duran menos que un rocío. Las herejías perduran en los libros, que no en la vida, porque la Iglesia se toma más en serio las propuestas del hereje que los propios heresiarcas. Olvidamos que los malos, por malos, también suelen ser vagos y volubles, y no muy hábiles para buscar sucesores.

Las conspiraciones perduran, aparentemente, porque el denunciante suele confundir conspiración con consenso. Dicho de otra forma: lo que perduran son las ideas, gracias, entre otras cosas, al mimetismo de los seres humanos y a la capacidad inconmensurable de la raza humana para reproducir los propios errores en cada generación.

En mi opinión no hay una logia masónica empeñada en hundir a España que sobreviva a lo largo del tiempo: es la misma idea de pretender un hombre-dios, capaz de dar razón de su propia existencia, algo así como una casa sin cimientos o una pirámide sin vértice. Los masones creen en Dios pero les gustaría que ese dios fueran ellos mismos. No aceptan estar en deuda con el Creador, así que han decidido hacer su propio ídolo y negar al Dios que les ha hecho.

Eliminado Dios, el padre, eliminada la fraternidad entre los hijos porque no puede haber fraternidad sin paternidad. Eliminada la fraternidad se sustituye por la competitividad. Los más capaces, los masones, piensan que son ellos mismos, deben regir a los más incapaces. Es lógico, entonces, que su enemigo no sea el ateo -además ¡quedan tan pocos!- sino el cristiano, que no es aquel que cree en Dios sino el que le llama Padre.

Esa idea permanece en el tiempo, sí, pero los conjurados desaparecen, así como sus instituciones. Pero insisto, la idea, pues, del viejo concepto del orgullo llevó a Adán y Eva en enfrentarse a Dios cuando el "desagradable incidente de la manzana". En ese "seréis como dioses" está toda la teoría de Piñar Pinedo.

Ahora bien, esa idea que antaño se llamó gnosticismo, en la edad moderna masonería y ahora algunos hemos dado en calificar como Nuevo Orden Mundial (NOM), no necesita de logias ni de liturgia, que no hace moderno. Es el mismo Satán quien lanza al mundo, una y otra vez, la misma idea de rebelión del paraíso, sólo que con distintos ropajes y más distintos protagonistas.

En segundo lugar, no creo en las conspiraciones porque la más profunda de todas no es la que atenta contra la unidad o la fortaleza de España sino contra la unidad y fortaleza del género humano. Ni España, ni ningún otro país, es tan importante como para merecer una conjunción de fuerzas en su contra.

En tercer lugar, y creo que esto es lo más relevante, no vivimos en la era de las conspiraciones, sino del consenso. Y, naturalmente, el consenso es mucho más peligroso que la conspiración. A fin de cuentas, al Conspirador permanente lo mismo le da remover los hilos de la marioneta humana mediante un conjunto de elegidos que mediante un consenso mayoritario.

En la sociedad de la información las revoluciones e involuciones no las protagoniza una camarilla de iniciados que mueve a la masa. Es la masa la que se contagia de unas ideas políticamente correctas cuyo origen todos desconocen. En esta nueva sociedad en red el líder es aquel que sabe interpretar el sentir -que no el pensar- mayoritario y hacerlo suyo. Este siglo XXI no es un mundo de conspiradores, sino de consensos. Y sí, me parece mucho más peligroso que el viejo mundo. En el mundo antiguo bastaba con detener al impío que dirigía la manipulación desde arriba. En la sociedad de la información resulta más difícil, porque se trata de neutralizar una idea, que atenaza a los hombres y les arrebata su libertad. Y cuanto más peregrina sea esa idea más difícil de neutralizar.

Dicho esto, la obra de Blas Piñar -sí, nieto de Blas Piñar, un personaje al que respeto por su coherencia aunque discrepe de sus planteamientos políticos- es un trabajo bien hecho. Huele a escrito novel, que no malo, pero posee uno de los rasgos de la veteranía literaria: sabe que 300 páginas no dan para 300 idas sino para una sola.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com