Muertos, mutilados que me persiguen en mitad de la noche, aviones lanzando bombas desde el aire y rebeldes asesinando pueblos enteros y arrasando todo a su paso.

Éstos son los delirios que el muchacho de 18 años, Kenneth Opwonya, todavía tiene desde que se evadió del Ejército de Resistencia (LRA), en el septentrión de Uganda.

Escuálido y bajito, como la mayoría de los ugandeses, razona con un tono exiguo y con una mirada lúgubre y profunda, acerca de su experiencia como cautivo del LRA. Diserta de cómo fue forzado a asesinar y ejecutar crueldades contra su voluntad. Cuando los rebeldes te decían que tenías que matar a alguien, si te oponías, te mataban ellos o le decían a otra persona que te matara, con sus propias manos.

Los jefes rebeldes instruían a las criaturas para que usaran las armas, desarticular las piezas y volver a ponerlas cada una en su lugar. Teníamos que saber de memoria dónde iba cada pieza, un pequeño error y los rebeldes te daban una paliza. Rememora cómo los oficiales imponían a la gente que se tumbase boca abajo con el fin de que no se les viera la cara en el momento en que se les iba a matar. Había momentos en los que la munición escaseaba y, al no poder malgastar balas, les obligaban a asesinar a las víctimas con las bayonetas.

Kenneth, reside con su parentela en un campo de desplazados. Desde que escuchó hablar del proyecto Jesuit Refugee Service, en Kitgum, resolvió incorporarse. Los adiestran en las distintas habilidades para que, los niños ex soldados, puedan valerse por sí mismos. Más de 20.000 chiquillos han sido secuestrados y muchos se trocaron en combatientes o esclavos sexuales. (Fuente: Semanario Alba).

Cuando hacéis, con la violencia derramar las primeras lágrimas a un niño, ya habéis puesto en su espíritu la ira, la tristeza, la envidia, la venganza, la hipocresía, escribió Azorín.

Clemente Ferrer Roselló

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