Sr. Director:  

Pienso que la unidad de España es un bien moral, como ha dicho Monseñor Cañizares, y que tal postura se puede defender, contando con su benevolencia para los que disentimos de su postura, en las propias páginas de Hispanidad. Los hombres no somos por lo general totalmente buenos, ni totalmente malos. El presidente de los Estados Unidos ha desencadenado la guerra de Iraq y promueve, según sus medios norteamericanos y su conciencia protestante, la solidez de los matrimonios y el recorte del aborto, junto con la promoción de la castidad. Tenemos que quedarnos con lo bueno y rechazar lo malo sin que una cosa santifique la otra o la contamine. 

Tiene mucha razón Hispanidad en que el PP se escuda en la unidad de España y eso no justifica la gravedad de su política en materia de familia (antifamilia) y vida (pro muerte). Tuve el honor de que Hispanidad me publicara el 17 de octubre una carta en que anunciaba que no les votaría en la Comunidad de Madrid por ese motivo, pese a compartir su firmeza contra el separatismo.

Ahora bien, la vida no es el único bien moral, hay un conjunto de bienes morales de tal modo imbricados que el apóstol pudo escribir que quien no cumple un Mandamiento infringe la Ley entera (Santiago 2,10-11). De modo que si un partido liberal defendiera el cheque escolar y la precarización absoluta del empleo asalariado, o un partido ecologista la restricción del aborto y de la propiedad privada, simultáneamente las medidas buenas no justificarían las malas, ni éstas desmerecerían la bondad intrínseca de aquellas. Tampoco la unidad de España es un bien 'negligible'. Por eso, muchos pensamos que debemos procurar la existencia de partidos católicos que cumplan el conjunto de mínimos negativos de la moral católica y puedan competir en las soluciones opinables. 

Uno de los varios bienes morales es social: la unidad entre los seres humanos ya alcanzada tanto en el terreno de la conciencia y la cultura común como de las instituciones jurídico-políticas. Es decir, el no convertirnos en ajenos espiritualmente ni extranjeros jurídicamente, que es lo que quieren hacer los separatistas con la familia de los españoles.

Cuanto contribuye a la unidad del género humano es un bien, y el proceso inverso separatista sólo se justifica moralmente como recurso extremo ante una tiranía que no cabe destronar por completo, por lo que algunos procuran evitarla por separado. En el caso de España no existe ninguna opresión tiránica sobre ningún ciudadano por el hecho de ser catalán o vasco (puede que sí la haya para el catalán o vasco que se siente español y es castellano parlante, por cierto).

Es muy esclarecedora la tesis de Víctor Pradera, (un católico en la vida pública de principios de siglo, según el estupendo libro de José Luis Orella -BAC, 2000-) que en "El estado nuevo" define la nación -pensando en España- como "el producto del carácter sociable del hombre que postula la conspiración a un destino común de la Humanidad entera, y de ciertos hechos [lenguas y tradiciones frutos de decisiones libres anteriores] con trascendencia suficiente para reducir esa conspiración a los términos de una agrupación humana". Es decir, un punto medio realista entre la utopía cosmopolita y la insolidaridad tendente al individualismo total. 

El nacionalismo catalán y vasco ni siquiera pretenden ser hoy una Covadonga católica en un mar de impiedad, como pudo pretender el PNV durante la segunda república. Esos nacionalismos se construyen una identidad acristiana, mientras que curiosamente el nombre de España recoge las raíces católicas de todas sus regiones que se unieron bajo una misma corona en unidad de Fe, y cuya historia colectiva, no más deficientemente católica que la individual suya o mía, se remite necesariamente a raíces cristianas, hasta el punto de que los incrédulos tienden a renegar de toda la historia de España en bloque. 

España es la desembocadura común de la historia cristiana de sus regiones tendente a una entidad más amplia. Como ha dicho Juan Pablo II, la Patria (España no es una construcción nacionalista, sino una Patria común) es "un gran deber recíproco"; un área concreta de solidaridad, cultural y jurídica. Somos muchos católicos los que en España entendemos que honrar padre y madre nos lleva a entender a España como familia de familias, en cuyo seno no queremos ver divorcio ni peleas fraternas, como nos alienta el Catecismo (§ 2212) Y apelamos a su generosidad para que nos deje manifestar de vez en cuando ese criterio, que no ve tan claro que al patriotismo español le haya de quedar tan solo una generación de vida para dejar paso -no nos engañemos- a las taifas que ignoran lo que les une en el egoísmo y la desconfianza. Porque quien no puede asumir la unidad de España no podrá pensar siquiera en asumir una identidad europea, como no es verdadera la solidaridad con quien no se ve si no se practica con el prójimo: el español. También es un deber cristiano, además de amar a Dios y al padre y la madre, el honrar y defender a nuestra patria carnal.

Luis María Sandoval 

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