La eutanasia, vocablo alojado en el diccionario científico por Francis Bacon en 1623, es una acción que provoca la interrupción de la vida del enfermo grave o también del niño recién nacido, con malformaciones. Es juzgada la eutanasia como la eliminación de la existencia de un ser humano que sufre un padecimiento doloroso e irreversible.

En Alemania la eutanasia ha provocado la muerte de más de 275.000 seres humanos. En la actualidad se ha generalizado a los niños nacidos con deterioros corporales, incluso se ejercita una eutanasia anterior al nacimiento, y también en longevos e inválidos que son calificados como una hipoteca para la sociedad germana.

La solución a este problema son los cuidados paliativos que no radican en impedir que el enfermo fallezca, sino en intentar que la muerte se desencadene sin congoja y con el menor dolor posible. La eutanasia, por lo tanto, es una grave transgresión de la Ley de Dios, en cuanto que es una aniquilación premeditada y moralmente inadmisible de una persona humana. La eutanasia es una derrota personal de quien la teoriza, la decide y la practica.

Sobre el aborto cabe decir que se ejecutan, anualmente, más de 26 millones en todo el mundo, aseveran el profesor Tonino Cantelmi -psiquiatra y psicoterapeuta- y Cristina Carace -psicóloga clínica-, en un artículo divulgado por Zenit.

Por otra parte, la premio Nobel de la Paz, Teresa de Calcuta, afirmó que el mayor destructor de la paz es el aborto porque si una madre puede matar a su propio hijo ¿qué queda para que yo te mate a ti o tú a mí? No hay ninguna diferencia.  

El aborto procurado es la eliminación deliberada y directa de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va desde la concepción al nacimiento. Jamás se puede justificar el asesinato deliberado de un ser humano inocente que debe ser respetado y tratado como una persona, desde el mismo instante de su concepción.

El niño por nacer es un ser humano a partir de la concepción, y su vida debe ser respetada. Esa vida fue redimida por Cristo, esa vida es un regalo de Dios, afirma Karl Barth.

Clemente Ferrer Roselló

clementeferrer@yahoo.es