El secreto de la vida se encierra en dos palabras: perdón y gracias. Con esos dos conceptos por bandera, alcanzamos la plenitud, tanto en la relación con Dios como en la relación con los hombres.
Respecto a la primera, pedimos perdón porque estamos arrepentidos de algo. Esto es, porque somos conscientes de que no todo lo hacemos bien y de que, además, no hacer la cosas bien supone ofender a alguien. Y eso no resulta estupendo para la convivencia, ¡oh, no!
La segunda palabra es "gracias". No conviene olvidar que el hombre no puede vivir en solitario, y que sin los demás… tampoco subsiste. Por tanto, tenemos un montón de razones para la gratitud permanente.Pero tanto el arrepentimiento como la gratitud no sólo constituyen el único sistema de comportamiento razonable sino, además, el único sistema de convivencia posible. No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón, clamaba Juan Pablo II. Y no puede haber perdón si el ofensor no lo solicita, por mucho que el ofendido quisiera pasar página.
Chesterton expresaba lo mismo de otro modo: "La primera forma de pensamiento es el agradecimiento". Agradecimiento por estar vivos, porque el hombre es tan poca cosa que no puede dar sentido de su existencia por sí mismo: la vida es algo que le ha venido dado, un regalo. Por si no ha quedado claro: que nadie se ha creado a sí mismo.
Estas dos palabras clave de la vida del hombre constituyen el reverso de la mentalidad abogacil. Es el problema eterno del Derecho, que se queda en la mera justicia distributiva. Por eso, los pensadores -no, no he dicho que los abogados o piensen, no es eso- saben que la justicia distributiva no basta. Por dos razones:
1. El hombre no es justo. Ergo si no rectifica…
2. El hombre es un ser moral, ergo libre, ergo puede decidirse por el bien y el por el mal. Ergo, si no es agradecido con todo lo que ha recibido…
Eulogio López
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