El domingo 25 comenzó el repliegue de las tropas españolas de la base Al Andalus de la ciudad de Nayaf. Una docena de vehículos blindados, junto a la misma cifra de camiones de transporte, partieron hacia Diwaniya, donde se encuentra la sede central del contingente español. Quedan en Al Andalus apenas una decena de españoles y las tropas salvadoreñas, que cumplirán su compromiso de permanecer en Iraq hasta finales de junio.
Desde que el anterior domingo, Zapatero anunciara la retirada de las tropas españolas de Iraq, el resto de las tropas internacionales se mofan de los uniformados españoles. Tras el saludo castrense obligado, agitan ambos brazos de arriba hacia abajo emulando el movimiento de las gallinas. Y es que aunque el ministro de Defensa, José Bono, asegure que no ha sido una huida y que el ejército español no abandona, la realidad es que "el que se excusa, se acusa".
Y aunque, según Vox Publica, el 75% de los españoles apruebe el regreso de las tropas españolas, en los ambientes castrenses la decisión ha sido observada como una humillación, sobre todo cuando los aliados se mofan de las tropas españolas. Por eso, es comprensible que el general Fulgencio Coll calificará de "sorprendente" la decisión de Zapatero de regresar a España. Demasiado para un militar acostumbrado a acatar órdenes en primer tiempo de saludo.
Para dignificar la humillación, el Gobierno trata de darle la vuelta a la tortilla y convertir la cobardía de abandonar a un país en situación de guerra civil en un acto que, según el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, "impulsará una dinámica de diálogo para salir de la crisis". Al mal tiempo, buena cara.