Quienes no han dudado, a lo largo del proceso de confección de la ley del aborto libre ni en reiterar su posición doctrinal frente al grave hecho del aborto son los obispos.
La Conferencia Episcopal expuso su oposición a la eliminación de la vida del concebido y no nacido, sosteniendo para los creyentes unas directrices claras de respeto a la vida humana.
Convertida en destinataria de las más hirientes acusaciones por sus criterios sobre el aborto y la eutanasia, la Iglesia Católica ha vuelto a asumir con responsabilidad y coherencia su deber pastoral, reiterando un mensaje por la vida, ahora más necesario que nunca, a la vista de cómo se está banalizando la dignidad del ser humano.
La legitimidad de la Iglesia Católica para instruir a sus fieles es incuestionable, tratándose, además, de un asunto, como es la oposición al aborto, que concita el consenso de muchos no creyentes, porque no es privativo del pensamiento religioso, sino que encuentra en la propia condición natural del hombre y la mujer, nacido o no, dependiente o independiente, todos sus argumentos morales y jurídicos.
Enric Barrull Casals