Una serie de médicos (no todos, como se ha publicado) del hospital Severo Ochoa de Leganés han dimitido de sus cargos en solidaridad com el doctor Luis Montes, acusado de la muerte prematura de un montón de pacientes por sedaciones excesivas.
No se preocupen, los dimitidos no pasarán apuros a fin de mes. No han dimitido de sus cargos, sino de su participación en comisiones hospitalarias. Más que nada porque si dimiten de sus cargos ocurrirían dos cosas: que perderían el puesto y, lo que es peor, dejarían de cobrar su sueldo, dos hechos funestos que deben ser evitados cuidadosamente. Entiéndanlo : no lo hacen por ellos, sino para no desestabilizar la sanidad madrileña.
Lo más gracioso de todo lo que está ocurriendo es que los hechos investigados no dejan de dar la razón al consejero de Sanidad, Manuel Lamela, convertido por la progresía y por los socialistas en uno de nuestros peores ciudadanos. Hasta la Asociación de Pacientes, nada sospechosa de estar ligada la Partido Popular, sino precisamente a la izquierda, ha dado la razón a Lamela incluso antes de que terminen las investigaciones en marcha, especialmente la judicial. Es igual, a los médicos del Severo Ochoa, uno de los hospitales -qué casualidad- más aborteros de España, les importa más su corporativismo profesional que sus pacientes y los familiares de las víctimas, perdón, de los muertos en el Severo Ochoa.
Miren ustedes, lo que algunos médicos están pidiendo es una licencia para matar. Para ser exactos, están exigiendo manos libres para decidir sobre la muerte de un paciente, por encima de la opinión de éste y de sus familiares. El médico deja de ser un técnico al servicio del paciente, único propietario de su salud, para decidir cuánto y cómo debe vivir el paciente.
Así que no importa lo que digan las asociaciones de defensa del paciente, el Colegio de Médicos, los inspectores médicos y, lo que es mucho más importante, los familiares de los pacientes fallecidos, alguno de los cuales se ha ido a los tribunales para denunciar al doctor Luis Montes, con quienes se solidarizan ahora sus compañeros del Hospital de Leganés.
Ese gran majadero que es el jefe de los socialistas madrileños, Rafael Simancas, se ha metido en un berenjenal que asusta hasta a su propio jefe de filas, José Luis Rodríguez Zapatero (y para asustar a un insensato como el Presidente del Gobierno español, el asunto debe tener su enjundia). Aquí ya sólo vale la política de hechos consumados: la dimisión de Lamela, que la izquierda y los partidarios de la eutanasia consientan la prueba del nueve de que han ganado la batalla y, sobre todo, de que tenían razón. Aquí, vencer parece sinónimo de convencer. Se trata de conseguir una licencia para matar y una impunidad absoluta para los propios actos. Eso sí, en defensa del a Sanidad Pública... y sin perder el sueldo, claro está. Lo que tendría que hacer ahora el consejero Lamela es aprovechar cualquier ocasión para cesar a tan formidable heredero de Hipócrates. Porque lo del Hospital de Leganés no tiene arreglo : exige empezar de cero.
Eulogio López